Page 97 - El Retorno del Rey
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habitación donde había dejado a Faramir, y se sentó a su lado en silencio, pero la
      cara del Señor estaba gris, y parecía más muerta que la de su hijo.

      Y ahora al fin la ciudad estaba sitiada, cercada por un anillo de adversarios. El
      Rammas estaba destruido, y todo el Pelennor en poder del enemigo. Las últimas
      noticias del otro lado de las murallas las habían traído unos hombres que llegaron
      corriendo por el camino del norte, antes del cierre de la Puerta. Eran los últimos
      que  quedaban  de  la  Guardia  del  camino  de  Anórien  y  de  Rohan  en  las  zonas
      pobladas de Gondor. Iban al mando de Ingold, el mismo guardia que cinco días
      atrás había dejado entrar a Gandalf y Pippin, cuando aún salía el sol y la mañana
      traía esperanzas.
        —No  hay  ninguna  noticia  de  los  Rohirrim  —dijo—.  Los  de  Rohan  ya  no
      vendrán.  O  si  vienen  al  fin,  todo  será  inútil.  El  nuevo  ejército  que  nos  fue
      anunciado se ha adelantado a ellos, y ya llega desde el otro lado del río, a través
      de  Andrós,  por  lo  que  parece.  Es  poderosísimo:  batallones  de  orcos  del  Ojo  e
      innumerables  compañías  de  hombres  de  una  raza  nueva  que  nunca  habíamos
      visto hasta ahora. No muy altos, pero fornidos y feroces, barbudos como enanos,
      y empuñan grandes hachas. Vienen sin duda de algún país salvaje en las vastas
      tierras  del  Este.  Ya  se  han  apoderado  del  camino  del  norte,  y  muchos  han
      penetrado en Anórien. Los Rohirrim no podrán acudir.
      La Puerta de la Ciudad se cerró. Durante toda la noche los centinelas apostados
      en  los  muros  oyeron  los  rumores  del  enemigo  que  iba  de  un  lado  a  otro
      incendiando campos y bosques, traspasando con las lanzas a todos los hombres
      que  encontraban  delante,  vivos  o  muertos.  En  aquellas  tinieblas,  era  imposible
      saber cuántos habían cruzado ya el río, pero cuando la mañana, o una sombra
      mortecina, asomó sobre la llanura, entendieron que ni siquiera en el miedo de la
      noche habían exagerado el número. Las compañías en marcha cubrían toda la
      llanura, y en aquella oscuridad y hasta donde los ojos alcanzaban a ver, grandes
      campamentos  de  tiendas  negras  o  de  un  rojo  sombrío,  como  inmundas
      excrecencias de hongos, brotaban alrededor de la ciudad sitiada.
        Afanosos  como  hormigas,  los  orcos  cavaban,  cavaban  líneas  de  profundas
      trincheras  en  un  círculo  enorme,  justo  fuera  del  alcance  de  los  arcos  de  los
      muros; y cada vez que terminaban una trinchera, la llenaban inmediatamente de
      fuego, sin que nadie llegara a ver cómo las encendían y alimentaban, si mediante
      algún  artificio  o  por  brujería.  El  trabajo  continuó  el  día  entero,  mientras  los
      hombres de Minas Tirith observaban; y nada podían hacer. Y a medida que cada
      tramo  de  trinchera  quedaba  terminado,  veían  acercarse  grandes  carretas;  y
      pronto  nuevas  compañías  enemigas  montaban  de  prisa  grandes  máquinas  de
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