Page 122 - El Retorno del Rey
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ayuda.
El enemigo no lo miraba, pero Merry, no se atrevía a moverse temiendo que
los ojos asesinos lo descubrieran. Lenta, muy lentamente, se arrastró a un lado;
pero el Capitán Negro, movido por la duda y la malicia, sólo miraba a la mujer
que tenía delante, y a Merry no le prestó más atención que a un gusano en el
fango.
De pronto, la bestia horripilante batió las alas, levantando un viento hediondo.
Subió en el aire, y luego se precipitó sobre Eowyn, atacándola con el pico y las
garras abiertas.
Tampoco ahora se inmutó Eowyn: doncella de Rohan, descendiente de reyes,
flexible como un junco pero templada como el acero, hermosa pero terrible.
Descargó un golpe rápido, hábil y mortal. Y cuando la espada cortó el cuello
extendido, la cabeza cayó como una piedra, y la mole del cuerpo se desplomó
con las alas abiertas. Eowyn dio un salto atrás. Pero ya la sombra se había
desvanecido. Un resplandor la envolvió y los cabellos le brillaron a la luz del sol
naciente.
El Jinete Negro emergió de la carroña, alto y amenazante. Con un grito de
odio que traspasaba los tímpanos como un veneno, descargó la maza. El escudo
se quebró en muchos pedazos, y Eowyn vaciló y cayó de rodillas: tenía el brazo
roto. El Nazgûl se abalanzó sobre ella como una nube; los ojos le
relampaguearon, y otra vez levantó la maza, dispuesto a matar.
Pero de pronto se tambaleó también él, y con un alarido de dolor cayó de
bruces, y la maza, desviada del blanco, fue a morder el polvo del terreno. Merry
lo había herido por la espalda. Atravesando el manto negro, subiendo por el
plaquín, la espada del hobbit se había clavado en el tendón detrás de la poderosa
rodilla.
—¡Eowyn! ¡Eowyn! —gritó Merry.
Entonces Eowyn, trastabillando, había logrado ponerse de pie una vez más, y
juntando fuerzas había hundido la espada entre la corona y el manto, cuando ya
los grandes hombros se encorvaban sobre ella. La espada chisporroteó y voló por
los aires hecha añicos. La corona rodó a lo lejos con un ruido de metal. Eowyn
cayó de bruces sobre el enemigo derribado. Mas he aquí que el manto y el
plaquín estaban vacíos. Ahora yacían en el suelo, despedazados y en un montón
informe; y un grito se elevó por el aire estremecido y se transformó en un
lamento áspero, y pasó con el viento, una voz tenue e incorpórea que se
extinguió, y fue engullida, y nunca más volvió a oírse en aquella era del mundo.
Y allí, de pie entre los caídos estaba Meriadoc el hobbit, parpadeando como un
búho a la luz del día, cegado por las lágrimas; y a través de una bruma vio la
hermosa cabeza de Eowyn, que yacía inmóvil; y miró el rostro del rey, caído en