Page 119 - El Retorno del Rey
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La batalla de los campos del Pelennor
P ero no era un cabecilla orco ni un bandolero el que conducía el asalto de
Gondor. Las tinieblas parecían disiparse demasiado pronto, antes de lo previsto
por el amo del Capitán Negro: momentáneamente la suerte le era adversa, y el
mundo parecía volverse contra él; y ahora se le escapaba la victoria, cuando ya
iba a ponerle las manos encima. No obstante, él tenía aún el brazo largo,
autoridad, y grandes poderes. Rey, Espectro del Anillo, Señor de los Nazgûl,
disponía de muchas armas. Se alejó de la Puerta y desapareció.
Théoden Rey de la Marca había llegado al camino que iba de la Puerta al río; de
allí había marchado a la ciudad, distante ahora menos de una milla. Moderando
el galope del caballo, buscó nuevos enemigos, y los caballeros de la escolta lo
rodearon, y entre ellos estaba Dernhelm. Un poco más adelante, en las cercanías
de los muros, los hombres de Elfhelm luchaban entre las máquinas de asedio,
matando enemigos, traspasándolos con las lanzas, empujándolos hacia las
trincheras de fuego. Casi toda la mitad norte de Pelennor estaba ocupada por los
Rohirrim, y los campamentos ardían, y los orcos huían en dirección al río como
manadas de animales salvajes perseguidas por cazadores; y los hombres de
Rohan galopaban libremente, a lo largo y a lo ancho de los campos. Sin embargo,
no habían desbaratado aún el asedio, ni reconquistado la Puerta. Los enemigos
que la custodiaban eran numerosos, y la otra mitad de la llanura estaba ocupada
por ejércitos todavía intactos. Al sur, del otro lado del camino, aguardaba la
fuerza principal de los Haradrim, y la caballería estaba reunida en torno del
estandarte del Capitán. Y el Capitán miró el horizonte a la creciente luz de la
mañana y vio muy adelante y en pleno campo de batalla la bandera del rey, con
unos pocos hombres alrededor. Poseído por una furia roja, lanzó un grito de
guerra y desplegó el estandarte —una serpiente negra sobre fondo escarlata— y
se precipitó con una gran horda sobre el corcel blanco en campo verde, y las
cimitarras desnudas de los hombres del Sur centellearon como estrellas.
Sólo entonces reparó Théoden en la presencia del Capitán Negro; sin esperar
el ataque, azuzó con un grito a Crinblanca y salió al paso de su adversario.
Terrible fue el fragor de aquel encuentro. Pero la furia blanca de los Hombres
del Norte era la más ardiente, y sus caballeros más hábiles con las largas lanzas,
y despiadados. Como el fuego del rayo en un bosque, irrumpieron entre las filas
de los Sureños abriendo grandes brechas. En medio de la refriega luchaba
Théoden hijo de Thengel, y la lanza se le rompió en mil pedazos cuando abatió al
capitán enemigo. Atravesó con la espada desnuda el estandarte, golpeando al
mismo tiempo asta y jinete, y la serpiente negra se derrumbó. Entonces todos los