Page 130 - El Retorno del Rey
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¡Los Corsarios de Umbar vienen hacia aquí! Entonces ha caído Belfalas, y
también el Ethir y el Lebennin. ¡Los Corsarios ya están sobre nosotros! ¡Es el
último golpe del destino!
Y algunos, sin que nadie lo mandase, pues no quedaba en la ciudad ningún
hombre que pudiera dar órdenes, corrían a las campanas y tocaban la alarma; y
otros soplaban las trompetas llamando a la retirada de las tropas.
—¡Retornad a los muros! —gritaban—. ¡Retornad a los muros! ¡Volved a la
ciudad antes que todos seamos arrasados!
Pero el mismo viento que empujaba los navíos se llevaba lejos el clamor de
los hombres.
Los Rohirrim no necesitaban de esas llamadas y voces de alarma: demasiado
bien veían con sus propios ojos los velámenes negros. Pues en aquel momento
Éomer combatía a apenas una milla del Harlond, y entre él y el puerto había una
compacta hueste de adversarios; y mientras tanto los nuevos ejércitos se
arremolinaban en la retaguardia, separándolo del Príncipe. Y cuando miró el río,
la esperanza se extinguió en él, y maldijo el viento que poco antes había
bendecido. Pero las huestes de Mordor cobraron entonces nuevos ánimos, y
enardecidas por una vehemencia y una furia nuevas, se lanzaron al ataque dando
gritos.
Éomer se había tranquilizado, y tenía ahora la mente clara. Hizo sonar los
cuernos para reunir alrededor del estandarte a los hombres que pudieran llegar
hasta él; pues se proponía levantar al fin un muro de escudos, y resistir, y
combatir a pie hasta que cayera el último hombre, y llevar a cabo en los campos
de Pelennor hazañas dignas de ser cantadas, aunque nadie quedase con vida en el
Oeste para recordar al último Rey de la Marca. Cabalgó entonces hasta una loma
verde y allí plantó el estandarte, y el Corcel Blanco flameó al viento.
Saliendo de la duda, saliendo de las tinieblas vengo cantando al sol, y
desnudo mi espada.
Yo cabalgaba hacia el fin de la esperanza, y la aflicción del corazón.
¡Ha llegado la hora de la ira, la ruina y un crepúsculo rojo!
Pero mientras recitaba esta estrofa se reía a carcajadas. Pues una vez más
había rey: el señor de un pueblo indómito. Y mientras reía de desesperación,
miró otra vez las embarcaciones negras, y levantó la espada en señal de desafío.
Entonces, de pronto, quedó mudo de asombro. En seguida lanzó en alto la
espada a la luz del sol, y cantó al recogerla en el aire. Todos los ojos siguieron la
dirección de la mirada de Éomer, y he aquí que la primera nave había
enarbolado un gran estandarte, que se desplegó y flotó en el viento, mientras la
embarcación viraba hacia el Harlond. Y un Árbol Blanco, símbolo de Gondor,
floreció en el paño; y Siete Estrellas lo circundaban, y lo nimbaba una corona, el
emblema de Elendil, que en años innumerables no había ostentado ningún señor.