Page 131 - El Retorno del Rey
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Y las estrellas centelleaban a la luz del sol, porque eran gemas talladas por
Arwen, la hija de Elrond; y la corona resplandecía al sol de la mañana, pues
estaba forjada en oro y mithril.
Así, traído de los Senderos de los Muertos por el viento del Mar, llegó Aragorn
hijo de Arathorn, Elessar, heredero de Isildur al Reino de Gondor. Y la alegría de
los Rohirrim estalló en un torrente de risas y en un relampagueo de espadas, y el
júbilo y el asombro de la Ciudad se volcaron en fanfarrias y trompetas y en
campanas al viento. Pero los ejércitos de Mordor estaban estupefactos, pues les
parecía cosa de brujería que sus propias naves llegasen a puerto cargadas de
enemigos; y un pánico negro se apoderó de ellos, viendo que la marea del destino
había cambiado, y que la hora de la ruina estaba próxima.
Hacia el este galopaban los caballeros del Dol Amroth, empujando delante al
enemigo: trolls, variags y orcos que aborrecían la luz del sol. Y hacia el sur
galopaba Éomer, y todos los que huían ante él quedaban atrapados entre el
martillo y el yunque. Pues ya una multitud de hombres saltaba de las
embarcaciones al muelle del Harlond e invadía el norte como una tormenta. Y
con ellos venían Legolas, y Gimli esgrimiendo el hacha, y Halbarad portando el
estandarte, y Elladan y Elrohir con las estrellas en la frente, y los indómitos
Dúnedain, Montaraces del Norte, al frente de un ejército de hombres del
Lebennin, el Lamedon y los feudos del Sur. Pero delante de todos iba Aragorn,
blandiendo la Llama del Oeste, Andúril, que chisporroteaba como un fuego
recién encendido, Narsil forjada de nuevo, y tan mortífera como antaño; y
Aragorn llevaba en la frente la Estrella de Elendil.
Y así Éomer y Aragorn volvieron a encontrarse por fin, en la hora más
reñida del combate; y apoyándose en las espadas se miraron a los ojos y se
alegraron.
—Ya ves cómo volvemos a encontrarnos, aunque todos los ejércitos de
Mordor se hayan interpuesto entre nosotros —dijo Aragorn—. ¿No te lo predije
en Cuernavilla?
—Sí, eso dijiste —respondió Éomer—, pero las esperanzas suelen ser
engañosas, y en ese entonces yo ignoraba que fueses vidente. No obstante, es dos
veces bendita la ayuda inesperada, y jamás un reencuentro entre amigos fue
más jubiloso. —Y se estrecharon las manos—. Ni más oportuno, en verdad —
añadió Éomer—. Tu llegada no es prematura, amigo mío. Hemos sufrido
grandes pérdidas y terribles pesares.
—¡A vengarlos, entonces, más que a hablar de ellos! exclamó Aragorn; y
juntos cabalgaron de vuelta a la batalla.
Dura y agotadora fue la larga batalla que los esperaba, pues los Hombres del Sur
eran temerarios y encarnizados, y feroces en la desesperación; y los del Este,