Page 136 - El Retorno del Rey
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entrechocaban: ruidos que nunca habían resonado en los recintos sagrados desde
la construcción de la ciudad. Llegaron por fin al Rath Dínen y fueron
rápidamente hacia la Morada de los Senescales, que se alzaba en el crepúsculo
bajo la alta cúpula.
—¡Deteneos! ¡Deteneos! —gritó Gandalf, precipitándose hacia la escalera de
piedra que llevaba a la puerta—. ¡Acabad esta locura!
Porque allí, en la escalera, con antorchas y espadas en la mano, estaban los
servidores de Denethor, y en el peldaño más alto, vistiendo el negro y plata de la
Guardia, se erguía Beregond, y él solo defendía la puerta. Ya dos de los hombres
habían caído bajo los golpes de la espada de Beregond, profanando con sangre el
santuario; y los otros lo maldecían, tildándolo de descastado y de traidor al rey.
Y cuando Gandalf y Pippin corrían aún se oyó la voz de Denethor que gritaba
desde la Morada de los Muertos:
—¡Pronto, pronto! ¡Haced lo que he dicho! ¡Matad a este renegado! ¿O
tendré que hacerlo yo mismo? —Y en ese instante la puerta que Beregond
mantenía cerrada con la mano izquierda se abrió de golpe, y allí en el vano se
irguió la figura del Señor de la Ciudad, alta y terrible; una luz le ardía en los ojos,
y esgrimía una espada desnuda.
Pero Gandalf llegó de un salto al último peldaño, y los hombres retrocedieron
y se cubrieron los ojos con las manos; porque fue como si una luz blanquísima
irrumpiera de pronto en un recinto oscuro, y Gandalf venía con una gran cólera.
Alzó la mano, y la espada se desprendió del puño de Denethor y voló por el aire,
y fue a caer detrás de él, en las sombras de la Casa; y Denethor retrocedió ante
Gandalf, como estupefacto.
—¿Qué significa esto, mi señor? —dijo el mago—. Las casas de los muertos
no fueron hechas para los vivos. ¿Y por qué los hombres están combatiendo aquí,
en los Recintos Sagrados? ¿No hay guerra suficiente fuera de la ciudad? ¿O acaso
el enemigo ha penetrado hasta el Rath Dínen?
—¿Desde cuándo el Señor de Gondor ha de rendirte cuentas de lo que hace?
—dijo Denethor—. ¿O ya no puedo mandar a mis sirvientes?
—Puedes —respondió Gandalf—. Pero otros quizá se opongan a tu voluntad,
si conduce a la locura y la desgracia. ¿Dónde está Faramir, tu hijo?
—Yace aquí, en la Casa de los Senescales —dijo Denethor—. Ardiendo, ya
ardiendo. Pusieron fuego a la carne. Pero pronto arderán todos. El Oeste ha
sucumbido. Todo será devorado por un gran incendio, y todo acabará. ¡Cenizas!
¡Cenizas y humo al viento!
Entonces Gandalf, viendo que en verdad Denethor había perdido la razón, y
temiendo que hubiese hecho ya algo irreparable, se precipitó en el interior,
seguido por Beregond y Pippin, en tanto Denethor retrocedía hasta la mesa. Y allí
yacía Faramir, todavía hundido en sueños de fiebre. Había haces de leña debajo
de la mesa, y grandes pilas alrededor; y todo estaba impregnado de aceite, hasta