Page 140 - El Retorno del Rey
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portero caído.
—Eternamente lamentaré este acto —dijo—, pero la prisa me hizo perder la
cabeza, y él no quiso escuchar razones, y me amenazó con la espada. —Y
sacando la llave que le arrebatara al muerto, cerró la puerta—. Esta llave —dijo
— ha de ser entregada al Señor Faramir.
—Quien tiene el mando ahora, en ausencia del Señor, es el Príncipe de Dol
Amroth —dijo Gandalf—; pero al no estar él presente, me corresponde a mí
tomar la decisión. Guarda tú mismo la llave hasta tanto vuelva el orden a la
ciudad.
Se internaron finalmente en los circuitos más altos de la ciudad, y a la luz de
la mañana siguieron camino hacia las Casas de Curación que eran residencias
hermosas y apacibles, destinadas al cuidado de los enfermos graves, aunque
ahora acogían también a los heridos en la batalla y a los moribundos. Se alzaban
no lejos de la puerta de la ciudadela, en el círculo sexto, cerca del muro del Sur,
y estaban rodeadas de jardines y de un prado arbolado, el único lugar de esa
naturaleza en toda la ciudad. Allí moraban las pocas mujeres a quienes porque
eran hábiles en las artes de curar o de ayudar a los curadores, se les había
permitido quedarse en Minas Tirith.
Y en el momento en que Gandalf y sus compañeros llegaban con el féretro a
la puerta principal de las Casas, un grito estremecedor se elevó desde el campo
delante de la Puerta, y hendiendo el cielo con una nota aguda y penetrante, se
desvaneció en el viento. Fue un grito tan terrible que por un instante todos
quedaron inmóviles; pero en cuanto hubo pasado sintieron de pronto que la
esperanza les reanimaba los corazones, una esperanza que no conocían desde que
llegara del Este la oscuridad; y tuvieron la impresión de que la luz era más clara,
y que por detrás de las nubes asomaba el sol.
Pero el semblante de Gandalf tenía un aire grave y entristecido; y rogando a
Beregond y Pippin que entrasen a Faramir a las Casas de Curación, subió al muro
más cercano; y allí, enhiesto, mirando en lontananza a la luz del nuevo sol,
parecía una estatua esculpida en piedra blanca. Y mirando así, y por los poderes
que le habían sido dados, supo todo lo que había acontecido; y cuando Éomer se
separó del frente de batalla y se detuvo junto a los que yacían en el campo,
Gandalf suspiró, y ciñéndose la capa se alejó de los muros. Y cuando Beregond
y Pippin volvían de las Casas, lo encontraron de pie y pensativo delante de la
puerta.
Durante un rato, mientras lo miraban, siguió en silencio. Pero al fin habló.
—Amigos —dijo—, ¡y todos vosotros, habitantes de esta ciudad y de las
tierras del Oeste! Hoy han ocurrido hechos muy dolorosos y a la vez
memorables, que la fama no olvidará. ¿Habremos de llorar o de regocijarnos? El
Capitán enemigo ha sido destruido contra toda esperanza, y lo que habéis oído es
el eco de su desesperación final. No obstante, no ha partido sin dejar dolores y