Page 138 - El Retorno del Rey
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que ha extendido hasta esta ciudad no es más que el primero de la mano. Ya todo
el Este está en movimiento. Hasta el viento de tu esperanza te ha engañado: en
este instante empuja por el Anduin y aguas arriba una flota de velámenes negros.
El Oeste ha caído. Y para aquellos que no quieren convenirse en esclavos, ha
llegado la hora de partir.
—Tales razonamientos sólo ayudarán a la victoria del enemigo —dijo
Gandalf.
—¡Sigue esperando, entonces! —exclamó Denethor con una risa amarga—.
¿No te conozco acaso, Mithrandir? Lo que tú esperas es gobernar en mi lugar,
estar siempre tú, detrás de cada trono, en el Norte, en el Sur, en el Oeste. He
leído tus pensamientos y conozco tus artimañas. ¿No sé que fuiste tú quien le
ordenó callar a este mediano? ¿Que lo trajiste aquí para tener un espía en mis
propias habitaciones? Y sin embargo hablando con él me he enterado del nombre
y la misión de cada uno de tus compañeros. ¡Sí! Con la mano izquierda quisiste
utilizarme un tiempo como escudo contra Mordor, pero con la derecha intentabas
traer aquí a este Montaraz del Norte, para que me suplantase.
» Pero óyeme bien, Gandalf Mithrandir, yo no seré un instrumento en tus
manos. Soy un Senescal de la Casa de Anárion. No me rebajaré a ser el
chambelán ñoño de un advenedizo. Porque aun cuando pruebe la legitimidad de
su derecho, tendrá que descender de la dinastía de Isildur. Y yo no voy a
doblegarme ante alguien como él, último retoño de una casa arruinada que
perdió hace tiempo todo señorío y dignidad.
—¿Qué querrías entonces —dijo Gandalf—, si pudieras hacer tu voluntad?
—Querría que las cosas permanecieran tal como fueron durante todos los
días de mi vida —respondió Denethor—, y en los días de los antepasados que
vinieron antes: ser el Señor de la Ciudad y gobernar en paz, y dejarle mi sitial a
un hijo mío, un hijo que fuera dueño de sí mismo y no el discípulo de un mago.
Pero si el destino me niega todo esto, entonces no quiero nada: ni una vida
degradada, ni un amor compartido, ni un honor envilecido.
—A mí no me parece que devolver con lealtad un cargo que le ha sido
confiado sea motivo para que un Senescal se sienta empobrecido en el amor y el
honor —replicó Gandalf—. Y al menos no privarás a tu hijo del derecho de
elegir, en un momento en que su muerte es todavía incierta.
Al oír estas palabras los ojos de Denethor volvieron a relampaguear, y
poniéndose la Piedra bajo el brazo, sacó un puñal y se acercó a grandes pasos al
féretro. Pero Beregond se adelantó de un salto, irguiéndose entre Denethor y
Faramir.
—¡Ah, eso era! —gritó Denethor—. Ya me habías robado la mitad del
corazón de mi hijo. Ahora me robas también el corazón de mis súbditos, y así
ellos podrán arrebatarme a mi hijo para siempre. Pero en algo al menos no
podrás desafiar mi voluntad: decidir mi propio fin.