Page 139 - El Retorno del Rey
P. 139
» ¡Venid, venid! —gritó a los sirvientes—. ¡Venid a mí, si no sois todos
traidores! —Dos hombres se lanzaron escaleras arriba. Denethor arrancó una
antorcha de la mano de uno de ellos y volvió a entrar rápidamente en la Casa. Y
antes que Gandalf pudiera impedírselo, había arrojado el tizón sobre la pira; la
leña crepitó y estalló al instante en llamaradas.
De un salto Denethor subió a la mesa, y de pie, entre el fuego y el humo,
recogió del suelo el cetro de la Senescalía, y apoyándolo contra la rodilla lo
partió en dos. Y arrojando los fragmentos en la hoguera se inclinó y se tendió
sobre la mesa, mientras con ambas manos apretaba contra el pecho el Palantir. Y
se dice que desde entonces, todos aquellos que escudriñaban la Piedra, a menos
que tuvieran una fuerza de voluntad capaz de desviarla hacia algún otro propósito,
sólo veían dos manos arrugadas y decrépitas que se consumían entre las llamas.
Gandalf, horrorizado y consternado, volvió la cabeza y cerró la puerta. Y
mientras los que habían quedado fuera oían el rugido de las llamas dentro de la
casa, Gandalf permaneció un momento inmóvil en el umbral, en silencio. De
pronto, Denethor lanzó un grito horripilante, y ya nunca habló, ni ningún mortal
volvió a verlo en el mundo de los vivos.
—Este es el fin de Denethor, hijo de Ecthelion —dijo Gandalf, y se volvió a
Beregond y a los servidores que aún miraban la escena como petrificados—. Y
también el fin de los días de Gondor que habéis conocido: para bien o para mal,
han terminado. Acciones viles se han cometido en este lugar, mas dejad ahora de
lado los rencores que puedan dividiros: fueron urdidos por el enemigo y están al
servicio de su voluntad. Os habéis dejado atrapar en una red de obligaciones
antagónicas que vosotros no tejisteis. Pero pensad vosotros, servidores del Señor,
ciegos en vuestra obediencia, que sin la traición de Beregond, Faramir, Capitán
de la Torre Blanca, habría perecido en las llamas.
» Llevaos de este lugar funesto a vuestros camaradas caídos. Nosotros
conduciremos a Faramir, Senescal de Gondor, a un lugar donde podrá dormir en
paz, o morir si tal es su destino.
Luego Gandalf y Beregond levantaron el féretro y se encaminaron a las
Casas de Curación, y detrás de ellos, con la cabeza gacha, iba Pippin. Pero los
servidores del Señor seguían paralizados, con los ojos fijos en la morada de los
Muertos; y en el momento en que Gandalf llegaba al extremo de Rath Diñen se
oyó un ruido ensordecedor. Y al volver la cabeza vieron que el techo del edificio
se había resquebrado, y que el humo brotaba por las fisuras; y luego con un
estruendo de piedras que se desmoronan, la casa se derrumbó; pero las llamas
continuaron danzando y revoloteando entre las ruinas. Entonces los servidores
aterrorizados huyeron a la carrera en pos de Gandalf.
Llegaron por fin a la Puerta del Senescal, y Beregond miró con aflicción al