Page 137 - El Retorno del Rey
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las ropas de Faramir y las mantas que lo cubrían; pero aún no habían encendido
el fuego. Gandalf reveló entonces la fuerza oculta que había en él, como la luz de
poder que ocultaba bajo el manto gris. Se encaramó de un salto sobre las pilas de
leña, y levantando al enfermo saltó otra vez al suelo; y con Faramir en los brazos
fue hacia la puerta. Y mientras lo llevaba Faramir se quejó en sueños, y llamó a
su padre.
Denethor se sobresaltó como alguien que despierta de un trance, y el fuego se
le apagó en los ojos, y lloró; y dijo:
—¡No me quites a mi hijo! Me llama.
—Te llama, sí —dijo Gandalf—, pero aún no puedes acudir a él. Porque
ahora en el umbral de la muerte necesita ir en busca de curación, y quizá no la
encuentre. Tu sitio, en cambio, está en la batalla de tu ciudad, donde acaso la
muerte te espera. Y tú lo sabes, en lo profundo de tu corazón.
—Ya no despertará nunca más —dijo Denethor—. Es en vano la batalla.
¿Para qué desearíamos seguir viviendo? ¿Por qué no partir juntos hacia la
muerte?
—Nadie te ha autorizado, Senescal de Gondor —respondió Gandalf—, a
decidir la hora de tu muerte. Sólo los reyes paganos sometidos al Poder Oscuro lo
hacían, inmolándose por orgullo y desesperación y asesinando a sus familiares
para sobrellevar mejor la propia muerte. —Y al decir esto traspuso el umbral y
sacó a Faramir de la morada, y lo depositó otra vez en el féretro en que lo habían
llevado, y que ahora estaba bajo el pórtico. Denethor lo siguió, y se detuvo
tembloroso, mirando con ojos ávidos el rostro de su hijo. Y por un instante,
mientras todos observaban silenciosos e inmóviles aquella escena de dolor,
pareció que Denethor vacilaba.
—¡Animo! —le dijo Gandalf—. Nos necesitan aquí. Todavía puedes hacer
muchas cosas.
Entonces, de improviso, Denethor rompió a reír. De nuevo se irguió, alto y
orgulloso, y volviendo a la mesa con paso rápido tomó de ella la almohada en
que había apoyado la cabeza. Y mientras iba hacia la puerta le quitó la mantilla
que la cubría, y todos pudieron ver lo que llevaba en las manos: ¡un palantir! Y
cuando levantó la Piedra en alto, tuvieron la impresión de que una llama
empezaba a arder en el corazón de la esfera; y el rostro enflaquecido del
Senescal, iluminado por aquel resplandor rojizo, les pareció como esculpido en
piedra dura, perfilado y de sombras negras: noble, altivo y terrible. Y los ojos le
relampagueaban.
—¡Orgullo y desesperación! —gritó—. ¿Creíste por ventura que estaban
ciegos los ojos de la Torre Blanca? No, Loco Gris, he visto más cosas de las que
tú sabes. Pues tu esperanza sólo es ignorancia. ¡Ve, afánate en curar! ¡Parte a
combatir! Vanidad. Quizá triunfes un momento en el campo, por un breve día.
Mas contra el Poder que ahora se levanta no hay victoria posible. Porque el dedo