Page 132 - El Retorno del Rey
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recios y aguerridos, no pedían cuartel. Aquí y allá, en las cercanías de algún
granero o una granja incendiados, en las lomas y montecillos, al pie de una
muralla o en campo raso, volvían a reunirse y a organizarse, y la lucha no cejó
hasta que acabó el día.
Y cuando el sol desapareció detrás del Mindolluin y los grandes fuegos del
ocaso llenaron el cielo, las montañas y colinas de alrededor parecían tintas en
sangre; las llamas rutilaban en las aguas del río, y las hierbas que tapizaban los
campos del Pelennor eran rojas a la luz del atardecer. A esa hora terminó la gran
batalla de los campos de Gondor; y dentro del circuito del Rammas no quedaba
con vida un solo enemigo. Todos habían muerto allí, salvo aquellos que huyeron
para encontrar la muerte o perecer ahogados en las espumas rojas del río. Pocos
pudieron regresar al Este, a Morgul o a Mordor; y sólo rumores de las regiones
lejanas llegaron a las tierras de los Haradrim: los rumores de la ira y el terror de
Gondor.
Extenuados más allá de la alegría y el dolor, Aragorn, Éomer e Imrahil
regresaron cabalgando a la Puerta de la Ciudad: ilesos los tres por obra de la
fortuna y el poder y la destreza de sus brazos; pocos se habían atrevido a
enfrentarlos o desafiarlos en la hora de la cólera. Pero los caídos en el campo de
batalla, heridos, mutilados o muertos eran numerosos. Las hachas enemigas
habían decapitado a Forlong mientras combatía desmontado y a solas; y Duilin
de Morthond y su hermano habían perecido pisoteados por los nûmakil cuando al
frente de los arqueros se acercaban para disparar a los ojos de los monstruos. Ni
Huirlin el Hermoso volvería jamás a Pinnath Gelin, ni Grimbold al Bosque
Oscuro, ni Halabard a las Tierras Septentrionales, montaraz de mano inflexible.
Muchos fueron los caídos, caballeros de renombre o desconocidos, capitanes y
soldados; porque grande fue la batalla, y ninguna historia ha narrado aún todas
sus peripecias. Así decía muchos años después en Rohan un hacedor de
canciones al cantar la balada de los Túmulos de Mundburgo:
En las colinas oímos resonar los cuernos;
brillaron las espadas en el Reino del Sur.
Como un viento en la mañana los caballos galoparon
hacia los Pedregales. Ya la guerra arreciaba.
Allí cayó Théoden, hijo de Thengel,
y a los palacios de oro y las praderas verdes
de los campos del Norte nunca más regresó.
Allí en tierras lejanas murieron combatiendo
Gúthlaf y Hardin, Dúnhere, Deorwine y el valiente Grimbold,
Herfara, Herubrand, Horn y Fastred.
Hoy en Mundburgo yacen bajo los Túmulos