Page 134 - El Retorno del Rey
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La Pira de Denethor
C uando la sombra negra se retiró de la Puerta, Gandalf se quedó sentado,
inmóvil. Pero Pippin se levantó, como si se hubiera liberado de un gran peso, y al
escuchar las voces de los cuernos le pareció que el corazón le iba a estallar de
alegría. Y nunca más en los largos años de su vida pudo oír el sonido lejano de un
cuerno sin que unas lágrimas le asomaran a los ojos. Pero de pronto recordó la
misión que lo había traído a la ciudad, y echó a correr. En ese momento Gandalf
se movió, y diciéndole una palabra a Sombragris, se disponía a trasponer la
Puerta.
—¡Gandalf! ¡Gandalf! —gritó Pippin, y Sombragris se detuvo.
—¿Qué haces aquí? le preguntó Gandalf. ¿No dice una ley de la Ciudad que
quienes visten de negro y plata han de permanecer en la Ciudadela, a menos que
el Señor les haya dado licencia?
—Me la ha dado —dijo Pippin. Me ha despedido. Pero tengo miedo. Temo
que allí pueda acontecer algo terrible. El Señor Denethor ha perdido la razón, me
parece. Temo que se mate y que mate también a Faramir. ¿No podrías hacer
algo?
Gandalf miró por la Puerta entreabierta, y oyó que el fragor creciente de la
batalla ya invadía los campos. Apretó el puño.
—He de ir —dijo—. El Jinete Negro está allí fuera, y todavía puede llevarnos
a la ruina. No tengo tiempo.
—¡Pero Faramir! —gritó Pippin—. No está muerto, y si nadie los detiene lo
quemarán vivo.
—¿Lo quemarán vivo? —dijo Gandalf—. ¿Qué historia es ésa? ¡Habla,
rápido!
—Denethor ha ido a las Tumbas —explicó Pippin—, y ha llevado a Faramir.
Y dice que todos moriremos quemados en las hogueras, pero que él no esperará,
y ha ordenado que preparen una pira y lo inmolen, junto con Faramir. Y ha
enviado en busca de leña y aceite. Yo se lo he dicho a Beregond, pero no creo
que se atreva a abandonar su puesto, pues está de guardia. Y de todas maneras
¿qué podría hacer? —Así, a los borbotones, mientras se empinaba para tocar con
las manos trémulas la rodilla de Gandalf, contó Pippin la historia—. ¿No puedes
salvar a Faramir?
—Tal vez sí —dijo Gandalf—, pero entonces morirán otros, me temo.
Y bien, tendré que ir, si nadie más puede ayudarlo. Pero esto traerá males y
desdichas. Hasta en el corazón de nuestra fortaleza tiene el enemigo armas para
golpearnos: porque esto es obra del poder de su voluntad.