Page 135 - El Retorno del Rey
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Una vez que hubo tomado una decisión, Gandalf actuó con rapidez: alzó en vilo a
Pippin y lo sentó en la cruz, y susurrándole una orden a Sombragris, dio media
vuelta. Y mientras a espaldas de ellos arreciaba el fragor del combate, los cascos
repicaron subiendo las calles empinadas de Minas Tirith. Por toda la ciudad los
hombres despertaban del miedo y la desesperación, y empuñaban las armas y se
gritaban unos a otros:
—¡Han llegado los de Rohan! —Y los capitanes daban grandes voces, y las
compañías se ordenaban, y muchas marchaban ya hacia la Puerta. Se cruzaron
con el Príncipe Imrahil, quien les gritó:
—¿A dónde vas ahora, Mithrandir? ¡Los Rohirrim están combatiendo en los
campos de Gondor! Necesitamos todas las fuerzas que podamos encontrar.
—Necesitaréis de todos los hombres y muchos más aún —respondió Gandalf
—. Daos prisa. Yo iré en cuanto pueda. Pero ahora tengo una misión
impostergable que cumplir, junto a Denethor. ¡Toma el mando, en ausencia del
Señor!
Continuaron galopando; y a medida que ascendían y se acercaban a la ciudadela,
sentían el azote del viento en las mejillas, y divisaban a lo lejos el resplandor de
la mañana, una luz que aumentaba en el cielo del Sur. Pero no tenían muchas
esperanzas; ignoraban qué desdichas encontrarían, y temían llegar demasiado
tarde.
—Las tinieblas se están disipando —dijo Gandalf—, pero todavía pesan sobre
la ciudad.
En la Puerta de la Ciudadela no encontraron ningún guardia.
—Entonces Beregond ha de haber ido allí —dijo Pippin, más esperanzado.
Dieron media vuelta, y corrieron por el camino que llevaba a la Puerta Cerrada.
Estaba abierta de par en par y el portero yacía ante ella. Lo habían matado y le
habían robado la llave.
—¡Obra del enemigo! —dijo Gandalf—. Estos son los golpes con que se
deleita: enconando al amigo contra el amigo, transformando en confusión la
lealtad. —Se apeó del caballo y con un ademán le ordenó a Sombragris que
volviese al establo—. Porque has de saber, amigo mío —le dijo—, que tú y yo
tendríamos que haber galopado hasta los campos ya hace tiempo, pero otros
asuntos me retienen. ¡Ven rápido, si te llamo!
Traspusieron la Puerta y descendieron por el camino sinuoso y escarpado. La
luz crecía, y las columnas elevadas y las figuras esculpidas que flanqueaban el
sendero desfilaban lentamente como fantasmas grises.
De improviso el silencio se rompió y oyeron abajo gritos y espadas que se