Page 160 - El Retorno del Rey
P. 160
dijo Imrahil.
—Bastará que mandes a alguien que nos guíe, Señor —dijo Legolas—.
Aragorn te envía este mensaje. Porque no desea entrar de nuevo en la ciudad en
este momento. No obstante, es necesario que los capitanes se reúnan
inmediatamente a deliberar, y os ruega, a ti y a Éomer de Rohan, que bajéis
hasta la tienda cuanto antes. Mithrandir ya está allí.
—Iremos —dijo Imrahil; y se despidieron con palabras corteses.
—Es un noble señor y un gran capitán de hombres —dijo Legolas—. Si
todavía hay aquí hombres de tal condición, aun en estos días de decadencia,
grande ha de haber sido la gloria de Gondor en los tiempos de esplendor.
—Y no cabe duda de que la buena mampostería es la más vieja, de la época
de las primeras construcciones dijo Gimli. Siempre es así con las obras que
emprenden los hombres: una helada en primavera, o una sequía en el verano, y
las promesas se frustran.
—Y sin embargo, rara vez dejan de sembrar —dijo Legolas—. Y la semilla
yacerá en el polvo y se pudrirá, sólo para germinar nuevamente en los tiempos y
lugares más inesperados. Las obras de los hombres nos sobrevivirán, Gimli.
—Para acabar en meras posibilidades fallidas, supongo dijo el enano.
—De esto los elfos no conocen la respuesta —dijo Legolas.
En aquel momento llegó el sirviente del príncipe y los condujo a las Casas de
Curación; y allí se reunieron con sus amigos en el jardín, y fue un alegre
reencuentro. Durante un rato pasearon y conversaron y disfrutaron de una tregua
de paz y reposo, al sol de la mañana en los circuitos ventosos de la ciudad alta.
Más tarde, cuando Merry empezó a sentirse cansado, se sentaron en el muro, de
espaldas al prado verde de las Casas de Curación. Frente a ellos, el Anduin
centelleaba a la luz y se perdía en el sur, tan lejano que ni el mismo Legolas
alcanzaba a ver cómo se internaba en las llanuras y la bruma verde del Lebennin
y el Ithilien Meridional.
De pronto, mientras los otros hablaban, Legolas se quedó callado; y mirando
a lo lejos vio unas aves marinas blancas que volaban al sol por encima del río.
—¡Mirad! —exclamó—. ¡Gaviotas! Se alejan volando tierra adentro. Me
maravillan, y al mismo tiempo me turban el corazón. Nunca en mi vida las había
visto, hasta que llegamos a Pelargir, y allí las oí gritar en el aire mientras
cabalgábamos a combatir en la batalla de los navíos. Y quedé como petrificado,
olvidándome de la guerra de la Tierra Media: pues las voces quejumbrosas de
esas aves me hablaban del Mar. ¡El Mar! ¡Ay! Aún no he podido contemplarlo.
Pero en lo profundo del corazón de todos los de mi raza late la nostalgia del Mar,
una nostalgia que es peligroso remover. ¡Ay, las gaviotas! Nunca más volveré a
tener paz, ni bajo las hayas ni bajo los olmos.