Page 165 - El Retorno del Rey
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y la oscuridad creció y estábamos impacientes, pues allá lejos en el norte
veíamos bajo la nube un resplandor rojizo; y Aragorn dijo: —Minas Tirith está en
llamas.
» Pero a la medianoche vino en verdad la esperanza. Hombres del Ethir,
lobos de mar, avezados, atisbando el cielo del sur anunciaron un cambio, un
viento fresco que soplaba del Mar. Mucho antes del día, los navíos izaron las
velas, y empezamos a navegar con mayor rapidez, hasta que el alba blanqueó la
espuma en nuestras proas. Y así, como sabéis, llegamos a la hora tercera de la
mañana, con el viento a favor y un sol despejado, y en la batalla desplegamos el
gran estandarte. Fue un gran día y una gran hora, aunque no sepamos qué pasará
mañana.
—Pase lo que pase, el valor de las grandes hazañas no merma nunca —dijo
Legolas—. Una grande hazaña fue la cabalgata por los Senderos de los Muertos,
y lo seguirá siendo aunque nadie quede en Gondor para cantarla.
—Cosa bastante probable —dijo Gimli. Pues Aragorn y Gandalf parecen
muy serios. Me pregunto qué decisiones estarán tomando allá abajo en la tienda.
Yo por mi parte, lo mismo que Merry, desearía que con nuestra victoria la guerra
hubiese terminado para siempre. Pero si aún queda algo por hacer, espero
participar, por el honor del pueblo de la Montaña Solitaria.
—Y yo por el del pueblo del Bosque Grande —dijo Legolas—, y por amor al
Señor del Árbol Blanco.
Luego los compañeros callaron, pero se quedaron sentados un tiempo en
aquel sitio elevado, cada uno ocupado con sus propios pensamientos, mientras los
Capitanes deliberaban.
Tan pronto como se hubo separado de Legolas y Gimli, el Príncipe Imrahil
mandó llamar a Éomer; y salió con él de la ciudad, y descendieron hasta las
tiendas de Aragorn en el campo, no lejos del sitio en que cayera el Rey Théoden.
Y allí, reunidos con Gandalf y Aragorn y los hijos de Elrond, celebraron consejo.
—Señores —dijo Gandalf—, escuchad las palabras del Senescal de Gondor
antes de morir: Durante un tiempo triunfarás quizás en los campos del Pelennor,
por un breve día, mas contra el poder que ahora se levanta no hay victoria
posible. No es que os exhorte a que como él os dejéis llevar por la desesperación,
pero sí a que sopeséis la verdad que encierran estas palabras.
» Las Piedras que ven no engañan: ni el mismísimo Señor de Barad-dûr
podría obligarlas a eso. Podría quizá decidir sobre lo que verán las mentes más
débiles, o hacer que interpreten mal el significado de lo que ven. No obstante, es
indudable que cuando Denethor veía en Mordor grandes fuerzas que se disponían
a atacarlo, mientras reclutaban otras nuevas, veía algo que era cierto.
« Nuestra fuerza ha alcanzado apenas para contener la primera gran
acometida. La próxima será más violenta. Esta es, por lo tanto, una guerra sin
esperanza, como Denethor adivinó. La victoria no podrá conquistarse por las