Page 163 - El Retorno del Rey
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amargo final al Río Grande.
» Pensé entonces en mi corazón que nos estábamos acercando al Mar; pues
las aguas parecían anchas en la sombra, y en las riberas gritaban muchas aves
marinas. ¡Ay de mí! ¡Por qué habré escuchado el lamento de las gaviotas! ¿No
me dijo la Dama que tuviera cuidado? Y ahora no las puedo olvidar.
—Yo en cambio no les presté atención —dijo Gimli—; pues en ese mismo
momento comenzó por fin la batalla. Allí, en Pelargir se encontraba la flota
principal de Umbar, cincuenta navíos de gran envergadura y una infinidad de
embarcaciones más pequeñas. Muchos de los que perseguíamos habían llegado a
los puertos antes que nosotros, trayendo consigo el miedo; y algunas de las naves
habían zarpado, intentando huir río abajo o ganar la otra orilla; y muchas de las
embarcaciones más pequeñas estaban en llamas. Pero los Haradrim, ahora
acorralados al borde mismo del agua, se volvieron de golpe, con una ferocidad
exacerbada por la desesperación; y se rieron al vernos, porque sus huestes eran
todavía numerosas.
» Pero Aragorn se detuvo, y gritó con voz tenante: —¡Venid ahora! ¡Os llamo
en nombre de la Piedra Negra! —Y súbitamente, el Ejército de las Sombras, que
había permanecido en la retaguardia, se precipitó como una marea gris,
arrasando todo cuanto encontraba a su paso. Oí gritos y cuernos apagados, y un
murmullo como de voces innumerables muy distantes; como si escuchara los
ecos de alguna olvidada batalla de los Años Oscuros, en otros tiempos. Pálidas
eran las espadas que allí desenvainaban; pero ignoro si las hojas morderían aún,
pues los Muertos no necesitaban más armas que el miedo. Nadie se les resistía.
« Trepaban a todas las naves que estaban en los diques, y pasaban por encima
de las aguas a las que se encontraban ancladas; y los marineros enloquecidos de
terror se arrojaban por la borda, excepto los esclavos, que estaban encadenados a
los remos. Y nosotros cabalgábamos implacables entre los enemigos en fuga,
arrastrándolos como hojas caídas, hasta que llegamos a la orilla. Entonces, a
cada uno de los grandes navíos que aún quedaban en los muelles, Aragorn envió
a uno de los Dúnedain, para que reconfortaran a los cautivos que se encontraban
a bordo, y los instaran a olvidar el miedo y a recobrar la libertad.
» Antes que terminara aquel día oscuro no quedaba ningún enemigo capaz de
resistirnos: los que no habían perecido ahogados, huían precipitadamente rumbo
al sur con la esperanza de regresar a sus tierras.
Extraño y prodigioso me parecía que los designios de Mordor hubieran sido
desbaratados por aquellos espectros de oscuridad y de miedo. ¡Derrotado con sus
propias armas!
Extraño en verdad —dijo Legolas—. En aquella hora yo observaba a
Aragorn y me imaginaba en qué Señor poderoso y terrible se habría podido
convertir si se hubiese apropiado del Anillo. No por nada le teme Mordor. Pero es
más grande de espíritu que Sauron de entendimiento. ¿No lleva por ventura la