Page 268 - El Retorno del Rey
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recuerdos de los años idos perduraron en la memoria de la nueva edad.

      En los días que siguieron a la coronación, el Rey se sentó en el trono del Palacio
      de los Reyes y dictó sentencias. Y llegaron embajadas de numerosos pueblos y
      países,  del  Este  y  del  Sur,  y  desde  los  lindes  del  Bosque  Negro,  y  desde  las
      Tierras  Oscuras  del  Oeste.  Y  el  Rey  perdonó  a  los  Hombres  del  Este  que  se
      habían rendido, y los dejó partir en libertad, e hizo la paz con las gentes de Harad;
      y liberó a los esclavos de Mordor y les dio en posesión todas las tierras que se
      extendían alrededor del Lago Núrnen. Y numerosos soldados fueron conducidos
      ante él, a recibir alabanzas y recompensas, y finalmente el Capitán de la Guardia
      llevó a Beregond a presencia del Rey, para que fuese juzgado. Y el Rey dijo a
      Beregond:
        —Por  tu  espada,  Beregond,  hubo  sangre  vertida  en  los  Recintos  Sagrados,
      donde eso está prohibido. Además, abandonaste tu puesto sin la licencia del Señor
      o del Capitán. Por estas culpas, el castigo en el pasado era la muerte. Por lo tanto
      he de pronunciar ahora tu sentencia.
        » Quedas absuelto de todo castigo por tu valor en la batalla, y más aún porque
      todo cuanto hiciste fue por amor al Señor Faramir. No obstante, tendrás que dejar
      la Guardia de la Ciudadela y marcharte de la Ciudad de Minas Tirith.
        La sangre abandonó el semblante de Beregond, y con el corazón traspasado,
      inclinó la cabeza. Pero el Rey continuó.
        —Y  así  ha  de  ser,  porque  has  sido  destinado  a  la  Compañía  Blanca,  la
      Guardia  de  Faramir,  Príncipe  de  Ithilien,  y  serás  su  Capitán,  y  en  paz  y  con
      honores  residirás  en  Emyn  Arnen,  al  servicio  de  aquel  por  quien  todo  lo
      arriesgaste, para salvarlo de la muerte.
        Y entonces Beregond, comprendiendo la clemencia y la justicia del Rey, se
      sintió feliz, e hincándose le besó la mano, y partió alegre y satisfecho. Y Aragorn
      le dio a Faramir el principado de Ithilien, y le rogó que viviese en las colinas de
      Emyn Arnen, a la vista de la ciudad.
        —Porque Minas Ithil —dijo—, en el Valle de Morgul, será destruida hasta los
      cimientos, y aunque quizás un día sea saneada, ningún hombre podrá habitar allí
      hasta que pasen muchos años.
        Por último Aragorn dio la bienvenida a Éomer de Rohan; y se abrazaron, y
      Aragorn dijo:
        —Entre nosotros no hablaremos de dar o recibir, ni de recompensas; porque
      somos hermanos. En buena hora partió Eorl cabalgando desde el Norte, y nunca
      hubo entre pueblos una alianza más venturosa, en la que ni uno ni otro dejó ni
      dejará  jamás  de  cumplir  lo  pactado.  Ahora,  como  sabes,  hemos  puesto  a
      Théoden el Glorioso en una tumba de los Recintos Sagrados, y allí podrá reposar
      para  siempre  entre  los  Reyes  de  Gondor,  si  así  lo  deseas.  O  si  prefieres,  lo
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