Page 308 - El Retorno del Rey
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Sam había estado observando a todos los oficiales, y descubrió a un conocido.
—¡Eh, ven aquí, Robin Madriguera! —llamó—. Quiero hablarte un momento.
Tras una mirada tímida al jefe, que aunque parecía enfurecido no se atrevió
a intervenir, el oficial Madriguera se separó de la fila y se acercó a Sam, que se
había apeado del poney.
—¡Escúchame, botarate! —dijo Sam—. Tú, que eres de Hobbiton, bien
podrías tener un poco más de sentido común. ¿Qué es eso de venir a detener al
señor Frodo y todo lo demás? ¿Y qué historia es ésa de que la posada está
clausurada?
—Están todas clausuradas —dijo Robin—. El Jefe no tolera la cerveza. O por
lo menos así empezó la cosa. Pero los Hombres del Jefe se la guardan para ellos.
Y tampoco tolera que la gente ande de aquí para allá; de modo que si eso se
proponen, tendrán que ir a la Casa de los Oficiales y explicar los motivos.
—Tendría que darte vergüenza andar mezclado en tamaña estupidez —dijo
Sam—. En otros tiempos una taberna te gustaba más por dentro que por fuera.
Siempre andabas metiendo en ellas las narices, en las horas de servicio o en las
de licencia.
—Y aún lo haría, Sam, si pudiera. Pero no seas duro conmigo. ¿Qué puedo
hacer? Tú sabes por qué me metí de Oficial de la Comarca hace siete años, antes
que empezara todo esto. Me daba la oportunidad de recorrer el país, y de ver
gente, y de enterarme de las novedades, y de saber dónde tiraban la mejor
cerveza. Pero ahora es diferente.
—Pero igual puedes renunciar, abandonar el puesto, si ya no es más un
trabajo respetable —dijo Sam.
—No está permitido —dijo Robin.
—Si oigo decir varias veces más no está permitido —dijo Sam—, estallaré de
furia.
—No lamentaría verlo, te lo aseguro —dijo Robin bajando la voz—. Si todos
juntos estalláramos de furia alguna vez, algo se podría hacer. Pero son esos
hombres, Sam, los Hombres del Jefe. Están en todas partes, y si alguno de
nosotros, la gente pequeña, trata de reclamar sus derechos, se lo llevan a las
Celdas a la rastra. Primero apresaron al viejo Pastelón, y al viejo Will Pieblanco,
el alcalde, y luego a muchos más. Y en los últimos tiempos las cosas han
empeorado. Ahora les pegan a menudo.
—Entonces ¿por qué haces lo que ellos te ordenan? —le dijo Sam, indignado
—. ¿Quién te mandó a Los Ranales?
—Nadie. Vivimos aquí, en la Casa Grande de los Oficiales. Ahora somos el
Primer Pelotón de la Cuaderna del Este. Hay centenares de Oficiales de la
Comarca contándolos a todos, y todavía necesitan más, con las nuevas normas.