Page 310 - El Retorno del Rey
P. 310
A una orden cortante del cabecilla los dos hobbits volvieron malhumorados.
—Y ahora ¡adelante! —dijo Merry, y a partir de ese momento los jinetes
marcharon a un trote bastante acelerado, como para obligar a los oficiales a
seguirlos a todo correr. Salió el sol, y a pesar del viento frío pronto estaban
sudando y resollando.
En la Piedra de las Tres Cuadernas se dieron por vencidos. Habían caminado
casi catorce millas con un solo descanso al mediodía. Ahora eran las tres de la
tarde. Estaban hambrientos, tenían los pies hinchados y doloridos y no podían
seguir a ese paso.
—¡Y bien, tómense todo el tiempo que necesiten! —dijo Merry—. Nosotros
continuamos.
—¡Adiós, Robin! —dijo Sam—. Te esperaré en la puerta de El Dragón Verde,
si no has olvidado dónde está. ¡No te distraigas por el camino!
—Esto es una infracción, una infracción al arresto —dijo el Jefe con
desconsuelo—, y no respondo por las consecuencias.
—Todavía pensamos cometer muchas otras infracciones, y no le pediremos
que responda —dijo Pippin—. ¡Buena suerte!
Los viajeros continuaron al trote, y cuando el sol empezó a descender hacia las
Lomas Blancas, lejano sobre la línea del horizonte, llegaron a Delagua y al gran
lago de la villa; y allí recibieron el primer golpe verdaderamente doloroso. Eran
las tierras de Frodo y de Sam, y ahora sabían que no había en el mundo un lugar
más querido para ellos. Muchas de las casas que habían conocido ya no existían.
Algunas parecían haber sido incendiadas. La encantadora hilera de negras
cuevas hobbits en la margen norte del lago parecía abandonada, y los jardines
que antaño descendían hasta el borde del agua habían sido invadidos por las
malezas. Peor aún, había toda una hilera de lóbregas casas nuevas a la orilla del
lago, a la altura en que el camino de Hobbiton corría junto al agua. Allí antes
había habido un sendero con árboles. Ahora todos los árboles habían
desaparecido. Y cuando miraron consternados el camino que subía a Bolsón
Cerrado, vieron a la distancia una alta chimenea de ladrillos. Vomitaba un humo
negro en el aire del atardecer.
Sam estaba fuera de sí.
—¡Yo marcho adelante, señor Frodo! —gritó—. Voy a ver qué está pasando.
Quiero encontrar al Tío.
—Antes nos convendría saber qué nos espera, Sam —dijo Merry—.
Sospecho que el « Jefe» ha de tener una pandilla de rufianes al alcance de la
mano. Necesitaríamos encontrar a alguien que nos diga cómo andan las cosas
por estos parajes.
Pero en la aldea de Delagua todas las casas y las cavernas estaban cerradas