Page 314 - El Retorno del Rey
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Cabalgaron de regreso al centro de la aldea. Allí Sam dobló y partió al galope por
el sendero que conducía al sur, a casa de los Coto. No se había alejado mucho
cuando oyó de pronto la clara llamada de un cuerno que se elevaba vibrando.
Resonó a lo lejos más allá de las colinas y de los campos; y era tan imperiosa
aquella llamada que el propio Sam estuvo a punto de dar media vuelta y regresar
a la carrera. El poney se encabritó y relinchó.
—¡Adelante, muchacho! ¡Adelante! —le gritó Sam—. Pronto regresaremos.
Un instante después notó que Merry cambiaba de tono, y el Toque de Alarma
de Los Gamos se elevó, estremeciendo el aire.
¡DESPERTAD! ¡DESPERTAD! ¡PELIGRO!
¡FUEGO! ¡ENEMIGOS! ¡DESPERTAD!
¡FUEGO! ¡ENEMIGOS! ¡DESPERTAD!
Sam oyó a sus espaldas una batahola de voces y el estrépito de puertas que se
cerraban de golpe. Delante de él se encendían luces en el anochecer; los perros
ladraban; había rumor de pasos precipitados. No había llegado aún al fondo del
sendero, cuando vio al granjero Coto que corría a encontrarlo acompañado por
tres de sus hijos, el joven Tom, Alegre y Nic. Llevaban hachas, y le cerraron el
paso.
—¡No! No es uno de esos bandidos —dijo la voz grave del granjero—. Por la
estatura parece un hobbit, pero está vestido de una manera estrafalaria. ¡Eh! —
gritó—. ¿Quién eres, y a qué viene todo este alboroto?
—Soy Sam, Sam Gamyi. Estoy de vuelta.
El granjero Coto se le acercó y lo observó un rato en la penumbra.
—¡Bien! —exclamó—. La voz es la misma, y tu cara no se ve peor de lo que
era, Sam. Pero no te habría reconocido en la calle, con esa vestimenta. Has
estado por el extranjero, dicen. Te dábamos por muerto.
—¡Eso sí que no! —dijo Sam—. Ni tampoco el señor Frodo. Está aquí con sus
amigos. Y esto mismo es la causa de todo el alboroto. Están sublevando a la
población de la Comarca. Vamos a echar de aquí a todos esos rufianes, y
también al Jefe que tienen. Ya estamos empezando.
—¡Bien, bien! —exclamó el granjero Coto—. ¡Así que la cosa ha empezado,
por fin! De un año a esta parte, me ardía la sangre, pero la gente no quería
ayudar. Y yo tenía que pensar en mi mujer y en Rosita. Estos rufianes no se
arredran ante nada. ¡Pero vamos ya, muchachos! ¡Delagua se ha rebelado!
¡Tenemos que estar allí!
—Pero… ¿y la señora Coto, y Rosita? —dijo Sam—. No es prudente dejarlas
solas.
—Mi Nibs está con ellas. Pero puedes ir y ayudarlo, si tienes ganas —dijo el
granjero Coto con una sonrisa. Y él y sus hijos partieron a todo correr hacia la