Page 317 - El Retorno del Rey
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Por la mañana estaré de vuelta con todo un ejército de Tuks.
Desaparecieron en la oscuridad, mientras la gente los aclamaba y Merry los
despedía con un toque de cuerno.
—Como quiera que sea —dijo Frodo a todos los que se encontraban alrededor
—, no quiero que haya matanza; ni aun de los bandidos, a menos que sea
necesario para impedir que dañen a los hobbits.
—¡De acuerdo! —dijo Merry—. Pero creo que de un momento a otro
tendremos la visita de la pandilla de Hobbiton. Y no van a venir precisamente a
platicar. Procuraremos tratarlos con ecuanimidad, pero tenemos que estar
preparados para lo peor. Tengo un plan.
—Muy bien —dijo Frodo—. Tú te encargarás de los preparativos. En aquel
momento, algunos hobbits que habían sido enviados a Hobbiton, regresaron a todo
correr.
—¡Ya llegan! —dijeron—. Una veintena o más, pero dos han tomado hacia el
oeste a campo traviesa.
—A El Cruce, me imagino —dijo Coto—, en busca de refuerzos. Quince
millas de ida y quince de vuelta. No vale la pena preocuparse por el momento.
Merry se apresuró a dar las órdenes. El granjero Coto se encargó de despejar
las calles, enviando a todo el mundo a casa, excepto a los hobbits de más edad
que contaban con algún tipo de arma. No tuvieron que esperar mucho. Pronto
oyeron voces ásperas y pasos pesados; y en seguida vieron aparecer todo un
pelotón de bandidos. Al ver la barricada se echaron a reír. No les cabía en la
imaginación que en aquel pequeño país hubiese alguien capaz de enfrentar a
veinte como ellos. Los hobbits abrieron la barrera y se hicieron a un lado.
—¡Gracias! —dijeron los hombres con sorna—. Y ahora, pronto a casa, y a
dormir, antes que empecemos con los látigos. —Y avanzaron por la calle
vociferando—. ¡Apagad esas luces! ¡Entrad en las casas y quedaos en ellas! De
lo contrario nos llevaremos a cincuenta y los encerraremos en las Celdas durante
un año. ¡Adentro! ¡El Jefe está perdiendo la paciencia!
Nadie hizo ningún caso a aquellas órdenes, pero a medida que los bandidos
avanzaban, iban cerrando filas detrás de ellos y los seguían. Cuando los hombres
llegaron a la hoguera, allí estaba el viejo Coto, solo, calentándose las manos.
—¿Quién eres y qué estás haciendo aquí? —lo interpeló el cabecilla. El
granjero Coto lo observó con una mirada lenta.
—Justamente iba a preguntarte lo mismo —respondió—. Este no es tu país y
aquí no te queremos.
—Pues bien, nosotros te queremos a ti, en todo caso —dijo el cabecilla—.
¡Prendedlo, muchachos! ¡A las Celdas y dadle algo que lo tranquilice un rato!
Los hombres avanzaron un paso y se detuvieron. Alrededor de ellos se había
alzado un clamor de voces, y advirtieron en ese momento que el granjero Coto
no estaba solo. En la oscuridad, al filo de la hoguera, se cerraba un círculo de