Page 318 - El Retorno del Rey
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hobbits que habían salido en silencio de entre las sombras. Eran unos doscientos,
y todos armados.
Merry dio un paso adelante.
—Ya nos hemos conocido —le dijo al cabecilla—, y te advertí que no
volvieras a aparecer por aquí. Ahora te vuelvo a advertir: estás a plena luz y
rodeado de arqueros. Si te atreves a poner un solo dedo en este hobbit, o en
cualquier otro de los presentes, serás hombre muerto. ¡Dejad en el suelo todas las
armas!
El cabecilla echó una mirada en torno. Estaba atrapado. Pero con veinte
secuaces para respaldarlo, no tenía miedo. Conocía poco y mal a los hobbits para
darse cuenta del peligro en que se encontraba. Envalentonado, decidió luchar. No
le iba a ser difícil abrirse paso.
—¡A la carga, muchachos! —gritó—. ¡Duro con ellos!
Esgrimiendo un largo puñal en la mano izquierda y un garrote en la derecha,
se abalanzó contra el círculo de hobbits, procurando escapar hacia Hobbiton.
Intentó atacar con violencia a Merry, que le cerraba el paso. Cayó muerto,
traspasado por cuatro flechas.
A los restantes les bastó con eso. Se rindieron. Despojados de las armas y
sujetos con cuerdas unos a otros, fueron conducidos a una cabaña vacía que ellos
mismos habían construido, y allí, atados de pies y manos, los dejaron encerrados
con una fuerte custodia. Al cabecilla muerto lo llevaron a la rastras un poco más
lejos y lo enterraron.
—Parece casi demasiado fácil, después de todo ¿verdad? —dijo Coto—. Yo
decía que éramos capaces de dominarlos. Lo que nos faltaba era una señal. Han
vuelto en el momento justo, señor Merry.
—Todavía queda mucho por hacer —dijo Merry—. Si tus estimaciones son
acertadas, aún no hemos dado cuenta ni de la décima parte de estos rufianes.
Pero está oscureciendo. Creo que para el próximo golpe tendremos que
esperar la mañana. Entonces le haremos una visita al Jefe.
—¿Por qué no ahora mismo? —dijo Sam—. No son mucho más de las seis. Y
yo quiero ver al Tío. ¿Sabe qué ha sido de él, señor Coto?
—No está ni demasiado bien ni demasiado mal, Sam —dijo el granjero—. En
Bolsón de Tirada derribaron todos los árboles, y ése fue un golpe duro para el
viejo. Ahora está en una de esas casas nuevas que construyeron los hombres
cuando todavía hacían algo más que quemar y robar: a apenas una milla del
linde de Delagua. Pero me viene a ver cada tanto, cuando puede, y yo cuido de
que esté mejor alimentado que algunos de esos pobres infelices. Todo contra las
Normas, por supuesto. Lo habría alojado en mi casa, pero eso no estaba
permitido.
—Se lo agradezco de todo corazón señor Coto, y nunca lo olvidaré —dijo
Sam. Pero quiero verlo. El Jefe, y ese tal Zarquino, por lo que decían, podrían