Page 316 - El Retorno del Rey
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—No sé decirlo —respondió Frodo—, hasta tanto no tenga más información.
¿Cuántos son los bandidos?
—Es difícil saberlo —dijo Coto—. Andan siempre aquí y allá, yendo y
viniendo. A veces hay cincuenta en las barracas, allá en lo alto del camino a
Hobbiton; pero salen de correrías, a robar y a « recolectar» , como ellos dicen.
De todos modos, rara vez hay menos de una veintena alrededor del Jefe, como lo
llaman. Y él está en Bolsón Cerrado, o estaba, pero ya no sale. En realidad, nadie
lo ha visto desde hace unas dos semanas: pero los hombres no dejan que nadie se
acerque.
—Pero Hobbiton no es el único lugar en que están acuartelados ¿no? —dijo
Pippin.
—No, para colmo de males —dijo Coto—. Hay un buen puñado allá abajo,
en el sur, en Valle Largo, y cerca del Vado de Sarn, dicen; y algunos más
escondidos en Bosque Cerrado; y han construido barracas en El Cruce. Y están
las Celdas Agujeros, como ellos las llaman: los viejos almacenes subterráneos en
Cavada Grande, que han transformado en prisiones para los que se atreven a
enfrentarlos. Sin embargo estimo que no hay más de trescientos en toda la
Comarca, y tal vez menos. Podemos dominarlos, si nos mantenemos unidos.
—¿Tienen armas? —preguntó Merry.
—Látigos, cuchillos y garrotes, suficiente para el sucio trabajo que hacen; al
menos eso es lo que han mostrado hasta ahora —dijo Coto—. Pero sospecho que
sacarán a relucir otras, en caso de lucha. De todos modos, algunos tienen arcos.
Han matado a uno o dos de los nuestros.
—¡Ya ves, Frodo! —dijo Merry—. Sabía que tendríamos que combatir.
Bueno, ellos empezaron la matanza.
—No exactamente —dijo Coto—. O en todo caso no fueron ellos los que
empezaron con las flechas. Los Tuk empezaron. Se da cuenta, señor Peregrin, el
padre de usted nunca lo pudo tragar al tal Otho, desde el principio; decía que si
alguien tenía derecho a darse aires de jefe a esta hora del día era el propio Thain
de la Comarca y no ningún advenedizo. Y cuando Otho le mandó a los hombres,
no hubo modo de convencerlo. Los Tuk son afortunados, ellos tienen esas
cavernas profundas allá en las Colinas Verdes, los Grandes Smials y todo eso, y
los bandidos no pueden llegar hasta allí; y los Tuk no los dejan entrar en sus
tierras. Si se atreven a hacerlo, los persiguen. Los Tuk mataron a tres que
andaban robando y merodeando. Desde entonces los bandidos se volvieron más
feroces. Y ahora vigilan de cerca las tierras de los Tuk. Ya nadie entra ni sale allí.
—¡Un hurra por los Tuk! —gritó Pippin. Pero ahora alguien tendrá que entrar.
Me voy a los Smials. ¿Alguien desea acompañarme a Alforzaburgo?
Pippin partió con una media docena de muchachos, todos montados en
poneys.
—¡Hasta pronto! —gritó—. A campo traviesa hay sólo unas catorce millas.