Page 303 - El Retorno del Rey
P. 303
ponga en el lugar que le corresponde.
Entre los hobbits que estaban del otro lado de la puerta se hizo un silencio.
—No le hará bien a nadie hablando de esa manera —dijo uno—. Llegarán a
oídos de él. Y si meten tanta bulla despertarán al Hombre Grande que ayuda al
Jefe.
—Lo despertaremos de una forma que lo sorprenderá —dijo Merry—. Si lo
que quieres decir es que ese maravilloso Jefe tiene rufianes a sueldo venidos
quién sabe de dónde, entonces no hemos regresado demasiado pronto. —Se apeó
del poney de un salto, y al ver el letrero a la luz de las linternas, lo arrancó y lo
arrojó del otro lado de la puerta. Los hobbits retrocedieron, sin dar señales de
decidirse a abrir—. Adelante, Pippin —dijo Merry—. Con nosotros dos bastará.
Merry y Pippin se encaramaron a la puerta, y los hobbits huyeron
precipitadamente. Sonó otro cuerno. En la casa más grande, la de la derecha, una
figura pesada y corpulenta se recortó bajo la luz del portal.
—¿Qué significa todo esto? —gruñó, mientras se acercaba—. Conque
violando la entrada ¿eh? ¡Largo de aquí o los acogotaré a todos! —Se detuvo de
golpe, al ver el brillo de las espadas.
—Bill Helechal —dijo Merry—, si dentro de diez segundos no has abierto esa
puerta, tendrás que arrepentirte. Conocerás el frío de mi acero, si no obedeces. Y
cuando la hayas abierto te irás por ella y no volverás nunca más. Eres un rufián
y un bandolero.
Bill Helechal, acobardado, se arrastró hasta la puerta y la abrió.
—¡Dame la llave! —dijo Merry. El bandido se la arrojó a la cabeza y escapó
hacia la oscuridad. Cuando pasaba junto a los poneys, uno de ellos le lanzó una
coz que lo alcanzó en plena carrera. Con un alarido se perdió en la noche, y
nunca más volvió a saberse de él.
—Buen trabajo, Bill —dijo Sam, refiriéndose al poney.
—Allá va el famoso Hombre Grande —dijo Merry—. Más tarde iremos a
ver al Jefe. Lo que ahora queremos es alojamiento por esta noche, y como
parece que han demolido la Posada del Puente, para levantar este caserío tétrico,
ustedes tendrán que acomodarnos.
—Lo siento, señor Merry —dijo Hob—, pero no está permitido.
—¿Qué no está permitido?
—Alojar huéspedes imprevistos, y consumir alimentos de más, y esas cosas
—dijo Hob.
—¿Qué diantre pasa? —dijo Merry—. ¿Han tenido un año malo, o qué? Creía
que el verano había sido espléndido, y la cosecha óptima.
—Bueno, sí, el año fue bastante bueno —dijo Hob—. Cultivamos mucho y de
todo, pero no sabemos a dónde va a parar. Son esos « recolectores» y
« repartidores» , supongo, que andan por aquí contando y midiendo y
llevándoselo todo para almacenarlo. Es más lo que recolectan que lo que