Page 47 - El Retorno del Rey
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mirada perdida en la lejanía, hacia el norte y el este.
—Dudo que alguno quisiera acudir —respondió—. No necesitan venir tan
lejos a la guerra: la guerra avanza ya sobre ellos.
Durante un rato caminaron los tres, comentando tal o cual episodio de la batalla,
y descendieron por la puerta rota y pasaron delante de los túmulos de los caídos
en el prado que bordeaba el camino; al llegar a la Empalizada de Helm se
detuvieron y se asomaron a contemplar el Valle del Bajo. Negro, alto y
pedregoso, ya se alzaba allí el Cerro de la Muerte, y podía verse la hierba que los
ucornos habían pisoteado y aplastado. Los Dundelinos y numerosos hombres de
la guarnición del Fuerte estaban trabajando en la empalizada o en los campos, y
alrededor de los muros semiderruidos; sin embargo, había una calma extraña: un
valle cansado que reposa luego de una tempestad violenta. Los hombres
regresaron pronto para el almuerzo, que se servía en la sala del Fuerte.
El rey ya estaba allí; no bien los vio entrar, llamó a Merry y pidió que le
pusieran un asiento junto al suyo.
—No es lo que yo hubiera querido dijo Théoden; poco se parece este lugar a
mi hermosa morada de Edoras. Y tampoco nos acompaña tu amigo, aunque
tendría que estar aquí. Sin embargo, es posible que pase mucho tiempo antes que
podamos sentarnos, tú y yo, a la alta mesa de Meduseld; y no habrá ocasión para
fiestas cuando yo regrese. ¡Adelante! Come y bebe, y hablemos ahora mientras
podamos. Y luego cabalgarás conmigo.
—¿Puedo? —dijo Merry, sorprendido y feliz. ¡Sería maravilloso! Nunca una
palabra amable había despertado en él tanta gratitud—. Temo no ser más que un
impedimento para todos —balbució—, pero no me arredra ninguna empresa que
yo pudiera llevar a cabo, os lo aseguro.
—No lo dudo —dijo el rey—. He hecho preparar para ti un buen poney de
montaña. Te llevará al galope por los caminos que tomaremos, tan rápido como
el mejor corcel. Pues pienso partir del Fuerte siguiendo los senderos de las
montañas, sin atravesar la llanura, y llegar a Edoras por el camino del Sagrario,
donde me espera la Dama Eowyn. Serás mi escudero, si lo deseas. ¿Éomer, hay
en el Fuerte algún equipo que pueda servirle a mi paje de armas?
—No tenemos aquí grandes reservas, mi Señor —respondió Éomer—. Tal vez
pudiéramos encontrar un yelmo liviano, pero no cotas de malla ni espadas para
alguien de esta estatura.
—Yo tengo una espada —dijo Merry, y saltando del asiento, sacó de la vaina
negra la pequeña hoja reluciente. Lleno de un súbito amor por el viejo rey, se
hincó sobre una rodilla, y le tomó la mano y se la besó—. ¿Permitís que deposite
a vuestros pies la espada de Meriadoc de la Comarca, Rey Théoden? —exclamó
—. ¡Aceptad mis servicios, os lo ruego!