Page 50 - El Retorno del Rey
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descendieron al Valle del Bajo y volviéndose rápidamente hacia el este, tomaron
un sendero que corría al pie de las colinas a lo largo de una milla o más, y que
luego de girar hacia el sur y replegarse otra vez hacia las lomas, desaparecía de
la vista. Aragorn cabalgó hasta el desfiladero y los siguió con los ojos hasta que la
tropa se perdió en lontananza, en lo más profundo del valle. Luego miró a
Halbarad.
—Acabo de ver partir a tres seres muy queridos —dijo—, y el pequeño no
menos querido que los otros. No sabe qué destino le espera, pero si lo supiese,
igualmente iría.
—Gente pequeña pero muy valerosa —dijo Halbarad. Poco saben de cómo
hemos trabajado en defensa de las fronteras de la Comarca, pero no les guardo
rencor.
—Y ahora nuestros destinos se entrecruzan —dijo Aragorn—. Y sin embargo,
ay, hemos de separarnos. Bien, tomaré un bocado, y luego también nosotros
tendremos que apresurarnos a partir. ¡Venid, Legolas y Gimli! Quiero hablar con
vosotros mientras como.
Volvieron juntos al Fuerte, y durante un rato Aragorn permaneció silencioso,
sentado a la mesa de la sala, mientras los otros esperaban.
—¡Veamos! —dijo al fin Legolas—. ¡Habla y reanímate y ahuyenta las
sombras! ¿Qué ha pasado desde que regresamos en la mañana gris a este lugar
siniestro?
—Una lucha más siniestra para mí que la batalla de Cuernavilla —respondió
Aragorn. He escrutado la Piedra de Orthanc, amigos míos.
—¿Has escrutado esa piedra maldita y embrujada? —exclamó Gimli con
cara de miedo y asombro. ¿Le has dicho algo a… él? Hasta Gandalf temía ese
encuentro.
—Olvidas con quién estás hablando —dijo Aragorn con severidad, y los ojos
le relampaguearon—. ¿Acaso no proclamé abiertamente mi título ante las
puertas de Edoras? ¿Qué temes que haya podido decirle a él? No, Gimli —dijo
con voz más suave, y la expresión severa se le borró, y pareció más bien un
hombre que ha trabajado en largas y atormentadas noches de insomnio—. No,
amigos míos, soy el dueño legítimo de la Piedra, y no me faltaban ni el derecho
ni la entereza para utilizarla o al menos eso creía yo. El derecho es incontestable.
La entereza me alcanzó… a duras penas.
Aragorn tomó aliento.
—Fue una lucha ardua, y la fatiga tarda en pasar. No le hablé, y al final
sometí la Piedra a mi voluntad. Soportar eso solo ya le será difícil. Y me vio. Sí,
maese Gimli, me vio, pero no como vosotros me veis ahora. Si eso le sirve de
ayuda, habré hecho mal. Pero no lo creo. Supongo que saber que estoy vivo y
que camino por la tierra fue un golpe duro para él, pues hasta hoy lo ignoraba.
Los ojos de Orthanc no habían podido traspasar la armadura de Théoden; pero