Page 54 - El Retorno del Rey
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—Pero Aragorn —dijo al fin— ¿entonces vuestra misión es ir en busca de la
muerte? Pues sólo eso encontraréis en semejante camino. No permiten que los
vivos pasen por ahí.
—Acaso a mí me dejen pasar —dijo Aragorn—; de todos modos lo intentaré;
ningún otro camino puede servirme.
—Pero es una locura —exclamó la Dama—. Hay con vos caballeros de
reconocido valor, a quienes no tendríais que arrastrar a las sombras, sino guiarlos
a la guerra, donde se necesitan tantos hombres. Esperad, os suplico, y partid con
mi hermano; así habrá alegría en nuestros corazones, y nuestra esperanza será
más clara.
—No es locura, señora —repuso Aragorn—: es el camino que me fue
señalado. Quienes me siguen así lo decidieron ellos mismos, y si ahora prefieren
desistir, y cabalgar con los Rohirrim, pueden hacerlo. Pero yo iré por los
Senderos de los Muertos, solo, si es preciso,
Y no hablaron más y comieron en silencio; pero Eowyn no apartaba los ojos
de Aragorn, y el dolor que la atormentaba era visible para todos. Al fin se
levantaron, se despidieron de la Dama, y luego de darle las gracias, se retiraron a
descansar.
Pero cuando Aragorn llegaba al pabellón que compartiría esa noche con
Legolas y Gimli, donde sus compañeros ya habían entrado, la Dama lo siguió y
lo llamó. Aragorn se volvió y la vio, una luz en la noche, pues iba vestida de
blanco; pero tenía fuego en la mirada.
—¡Aragorn! —le dijo— ¿por qué queréis tomar ese camino funesto?
—Porque he de hacerlo —fue la respuesta—. Sólo así veo alguna esperanza
de cumplir mi cometido en la guerra contra Sauron. No elijo los caminos del
peligro, Eowyn. Si escuchara la llamada de mi corazón, estaría a esta hora en el
lejano Norte, paseando por el hermoso valle de Rivendel.
Ella permaneció en silencio un momento, como si pesara el significado de
aquellas palabras. Luego, de improviso, puso una mano en el brazo de Aragorn.
—Sois un señor austero e inflexible —dijo—; así es como los hombres
conquistan la gloria. —Hizo una pausa—. Señor —prosiguió—, si tenéis que
partir, dejad que os siga. Estoy cansada de esconderme en las colinas, y deseo
afrontar el peligro y la batalla.
—Vuestro deber está aquí entre los vuestros —respondió Aragorn.
—Demasiado he oído hablar de deber —exclamó ella—. Pero ¿no soy por
ventura de la Casa de Eorl, una virgen guerrera y no una nodriza seca? Ya
bastante he esperado con las rodillas flojas. Si ahora no me tiemblan, parece, ¿no
puedo vivir mi vida como yo lo deseo?
—Pocos pueden hacerlo con honra —respondió Aragorn—. Pero en cuanto a
vos, señora: ¿no habéis aceptado la tarea de gobernar al pueblo hasta el regreso
del Señor? Si no os hubieran elegido, habrían nombrado a algún mariscal o