Page 59 - El Retorno del Rey
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Aragorn había traído antorchas, y ahora marchaba a la cabeza llevando una en
alto; y Elladan iba con otra a la retaguardia, y Gimli, tropezando tras él, trataba
de darle alcance. No veía más que la débil luz de las antorchas; pero si la
compañía se detenía un momento, le parecía oír alrededor un susurro, un
interminable murmullo de palabras extrañas en una lengua desconocida.
Nada atacó a la compañía, ni le cerró el paso, y sin embargo el terror de
Gimli no dejaba de crecer a medida que avanzaban: sobre todo porque sabía ya
que no era posible retroceder; todos los senderos que iban dejando atrás eran
invadidos al instante por un ejército invisible que los seguía en las tinieblas.
Pasó así un tiempo interminable, hasta que de pronto vio un espectáculo que
siempre habría de recordar con horror. Por lo que alcanzaba a distinguir, el
camino era ancho, pero ahora la compañía acababa de llegar a un vasto espacio
vacío, ya sin muros a uno y otro lado. El pavor lo abrumaba y a duras penas
podía caminar. A la luz de la antorcha de Aragorn, algo centelleó a cierta
distancia, a la derecha. Aragorn ordenó un alto y se acercó a ver qué era.
—¿Será posible que no sienta miedo? —murmuró el enano—. En cualquier
otra caverna Gimli hijo de Glóin habría sido el primero en correr, atraído por el
brillo del oro. ¡Pero no aquí! ¡Que siga donde está!
Sin embargo se aproximó, y vio que Aragorn estaba de rodillas, mientras
Elladan sostenía en alto las dos antorchas. Delante yacía el esqueleto de un
hombre de notable estatura. Había estado vestido con una cota de malla, y el
arnés se conservaba intacto; pues el aire de la caverna era seco como el polvo. El
plaquín era de oro, y el cinturón de oro y granates, y también de oro el yelmo
que le cubría el cráneo descarnado, de cara al suelo. Había caído cerca de la
pared opuesta de la caverna, y delante de él se alzaba una puerta rocosa cerrada
a cal y canto: los huesos de los dedos se aferraban aún a las fisuras. Una espada
mellada y rota yacía junto a él, como si en un último y desesperado intento,
hubiese querido atravesar la roca con el acero.
Aragorn no lo tocó, pero luego de contemplarlo un momento en silencio, se
levantó y suspiró.
—Nunca hasta el fin del mundo llegarán aquí las flores del simbelmynë —
murmuró—. Nueve y siete túmulos hay ahora cubiertos de hierba verde, y
durante todos los largos años ha yacido ante la puerta que no pudo abrir. ¿A dónde
conduce? ¿Por qué quiso entrar? ¡Nadie lo sabrá jamás!
» ¡Pues mi misión no es ésta! —gritó, volviéndose con presteza y hablándole
a la susurrante oscuridad—. ¡Guardad los secretos y tesoros acumulados en los
Años Malditos! Sólo pedimos prontitud. ¡Dejadnos pasar, y luego seguidnos! ¡Os
convoco ante la Piedra de Erech!