Page 64 - El Retorno del Rey
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había marchado a los tumbos, a través de gargantas y largos valles, y un sinfín de
ríos y arroyos. A veces, cuando el camino era más ancho, cabalgó junto al rey,
sin advertir que muchos de los jinetes sonreían al verlo: el hobbit en el poney
peludo y gris, y el Señor de Rohan en el esbelto corcel blanco. En esos momentos
había conversado con Théoden, hablándole de su tierra natal y de las costumbres
y los acontecimientos de la Comarca, o escuchando a su vez las historias de la
Marca y las hazañas de los grandes hombres de antaño. Pero la mayor parte del
tiempo, sobre todo en este último día, Merry había cabalgado solo cerca del rey,
sin decir nada, y esforzándose por entender la lengua lenta y sonora que
hablaban los hombres detrás de él. Era una lengua que parecía contener muchas
palabras que él conocía, aunque la pronunciación era más rica y enfática que en
la Comarca, pero no conseguía poner en relación unas palabras con otras. De vez
en cuando algún jinete entonaba con voz clara y vibrante un canto fervoroso, y a
Merry se le encendía el corazón, aunque no entendía de qué se trataba.
A pesar de todo se sentía muy solo, y nunca tanto como ahora, al final de la
tarde. Se preguntaba dónde, en qué lugar de todo ese mundo extraño, estaba
Pippin; y qué había sido de Aragorn y Legolas y Gimli. Y de pronto, como una
punzada fría en el corazón, pensó en Frodo y en Sam. « ¡Me olvido de ellos!» se
reprochó. « Y son más importantes que todos nosotros. Vine para ayudarlos; pero
ahora, si aún viven, han de estar a centenares de millas de aquí.» Se estremeció.
—¡El Valle Sagrado, por fin! exclamó Éomer. Ya estamos llegando. A la salida de
la garganta los senderos descendían en una pendiente abrupta. El gran valle,
envuelto allá abajo en las sombras del crepúsculo, se divisaba apenas, como
contemplado desde una ventana alta. Y una luz pequeña centelleaba solitaria
junto al río.
—Quizás este viaje haya terminado —dijo Théoden—, pero a mí me queda
por recorrer un largo camino. Anoche hubo luna llena, y mañana por la mañana
he de estar en Edoras, para la revista de las tropas de la Marca.
—Sin embargo, si queréis aceptar mi consejo —dijo en voz baja Éomer—,
luego volveréis aquí, hasta que la guerra, perdida o ganada, haya concluido.
Théoden sonrió.
—No, hijo mío, que así quiero llamarte, ¡no les hables a mis viejos oídos con
las palabras melosas de Lengua de Serpiente! —Se irguió, y volvió la cabeza
hacia la larga columna de hombres que se perdía en la oscuridad. Parece que
hubieran pasado largos años en estos días, desde que partí para el Oeste; pero ya
nunca más volveré a apoyarme en un bastón. Si perdemos la guerra, ¿de qué
podrá servir que me oculte en las montañas? Y si vencemos ¿sería acaso un
motivo de tristeza que yo consumiera en la batalla mis últimas fuerzas? Pero no
hablemos de eso ahora. Esta noche descansaré en el Baluarte del Sagrario. ¡Nos