Page 66 - El Retorno del Rey
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El camino, que en ese punto tenía apenas media milla de ancho, atravesaba el
valle en línea recta hacia el este. Todo alrededor se extendían llanos y praderas
de hierbas ásperas, grises ahora en la penumbra del anochecer; pero al frente,
del otro lado del valle, Merry vio una hosca pared de piedra, última ramificación
de las poderosas raíces del Pico Afilado, que el río había inundado en tiempos ya
remotos.
Una multitud ocupaba todos los espacios llanos. Algunos de los hombres se
apiñaban a orillas del camino y aclamaban alborozados al rey y a los jinetes
venidos del Oeste; pero más atrás, y extendiéndose a lo largo del valle, había
hileras de tiendas de campaña y cobertizos, filas de caballos sujetos a estacas,
grandes reservas de armas, y haces de lanzas erizadas como montes de árboles
recién plantados. La gran asamblea desaparecía ya en la oscuridad, y sin
embargo, aunque el viento de la noche soplaba helado desde las cumbres, no
brillaba una sola linterna, no chisporroteaba ningún fuego. Los centinelas
rondaban envueltos en pesados capotes.
Merry se preguntó cuántos jinetes habría allí reunidos. No podía contarlos en
la creciente oscuridad, pero tenía la impresión de que era un gran ejército, de
muchos miles de hombres. Mientras miraba a un lado y a otro, el rey y su
escolta llegaron al pie del risco que flanqueaba el valle en el este; y allí el
sendero trepaba de pronto, y Merry alzó la mirada, estupefacto. El camino en
que ahora se encontraba no se parecía a ninguno que hubiera visto antes: una
obra magistral del ingenio del hombre en un tiempo que las canciones no
recordaban. Subía y subía, ondulante y sinuoso como una serpiente, abriéndose
paso a través de la roca escarpada.