Page 63 - El Retorno del Rey
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El Acantonamiento de Rohan
A hora todos los caminos corrían a la par hacia el Este, hacia la guerra ya
inminente, a enfrentar el ataque de la Sombra. Y en el momento mismo en que
Pippin asistía, en la Puerta Grande de la Ciudad, a la llegada del Príncipe de Dol
Amroth con sus estandartes, Théoden Rey de Rohan descendía desde las colinas.
La tarde declinaba. A los últimos rayos del poniente, las sombras largas y
puntiagudas de los jinetes se adelantaban a las cabalgaduras. Ya la oscuridad se
había agazapado bajo los abetos susurrantes que vestían los flancos de la
montaña, y ahora, al final de la jornada, el rey cabalgaba lentamente. Pronto el
camino contorneó un gran espolón de roca desnuda y se internó de improviso en
la penumbra suspirante de una arboleda. Los jinetes descendían, descendían sin
cesar en una larga fila serpentina. Cuando llegaron por fin al fondo de la
garganta, ya caía la noche en los bajíos. El sol había desaparecido. El crepúsculo
se tendía sobre las cascadas.
Durante todo el día, abajo y a lo lejos, habían visto un arroyo que descendía a
los saltos desde la alta garganta, y corría por un cauce estrecho entre unos muros
revestidos de pinos; ahora, pasando por una puerta rocosa, penetraba en un valle
más ancho. Siguiendo el curso del arroyo los jinetes se encontraron de pronto
ante el Valle Sagrado, donde resonaban las voces del agua en la noche. En ese
paraje, el Río Nevado, engrosado con el caudal del arroyo, se precipitaba,
humeante y espumoso sobre las rocas hacia Edoras y las colinas y las praderas
verdes. A lo lejos y a la derecha, a la entrada del gran valle, asomaba erguida
sobre vastos contrafuertes velados por las nubes la poderosa cabeza del Pico
Afilado; pero la cresta resplandecía allá en las alturas, vestida de nieves eternas,
solitaria y aislada del mundo, sombreada de azul en el este, teñida del rojo del
crepúsculo en el oeste.
Merry contempló con asombro aquel país extraño, del que había oído tantas
historias a lo largo del camino. Era un mundo sin cielo, en el que los ojos del
hobbit, a través de resquicios de aire tenebroso, no veían nada más que
pendientes cada vez más altas, murallones de piedra detrás de otros murallones,
y precipicios amenazantes envueltos en nieblas. Por un momento, como en un
duermevela, escuchó los rumores del agua, el murmullo de los árboles, el crujido
de las piedras, y el vasto silencio expectante detrás de cada ruido. A Merry lo
fascinaban las montañas, o lo había fascinado la idea de las montañas, marco
sempiterno de las historias de países lejanos; pero ahora lo retenía abajo el peso
insoportable de la Tierra Media. Hubiera querido cerrarle las puertas a aquella
inmensidad, en una habitación tranquila junto a un fuego.
Estaba muy fatigado, pues si bien la cabalgata había sido lenta, rara vez se
habían detenido a descansar. Hora tras hora durante casi tres días interminables