Page 60 - El Retorno del Rey
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No hubo respuesta; sólo un silencio profundo, más aterrador aún que los
murmullos; y luego sopló una ráfaga fría que estremeció y apagó las antorchas,
y fue imposible volver a encenderlas. Del tiempo que siguió, una hora o muchas,
Gimli recordó muy poco. Los otros apresuraron el paso, pero él iba aún a la zaga,
perseguido por un horror indescriptible que siempre parecía estar a punto de
alcanzarlo y un rumor que crecía a sus espaldas, como el susurro fantasmal de
innumerables pies. Continuó avanzando y tropezando, hasta que se arrastró por el
suelo como un animal y sintió que no podía más; o encontraba una salida o daba
media vuelta y en un arranque de locura corría al encuentro del terror que venía
persiguiéndolo.
De pronto, oyó el susurro cristalino del agua, un sonido claro y nítido, como
una piedra que cae en un sueño de sombras oscuras. La luz aumentó, la
compañía traspuso otra puerta, una arcada alta y ancha, y de improviso se
encontró caminando a la vera de un arroyo; y más allá un camino descendía en
brusca pendiente entre dos riscos verticales, como hojas de cuchillo contra el
cielo lejano. Tan profundo y angosto era el abismo que el cielo estaba oscuro, y
en él titilaban unas estrellas diminutas. Sin embargo, como Gimli supo más tarde,
aún faltaban dos horas para el anochecer; aunque por lo que él podía entender en
ese momento, bien podía tratarse del crepúsculo de algún año por venir, o de
algún otro mundo.
La compañía montó nuevamente a caballo y Gimli volvió junto a Legolas.
Cabalgaban en fila, y la tarde caía, dando paso a un anochecer de un azul intenso;
y el miedo los perseguía aún. Legolas, volviéndose para hablar con Gimli, miró
atrás, y el enano alcanzó a ver el centelleo de los ojos brillantes del elfo. Detrás
iba Elladan, el último de la compañía, pero no el último en tomar el camino
descendente.
—Los Muertos nos siguen —dijo Legolas—. Veo formas de hombres y de
caballos, y estandartes pálidos como jirones de nubes, y lanzas como zarzas
invernales en una noche de niebla. Los Muertos nos siguen.
—Sí, los Muertos cabalgan detrás de nosotros. Han sido convocados —dijo
Elladan.
Tan repentinamente como si se hubiese escurrido por la grieta de un muro, la
compañía salió al fin de la hondonada; ante ellos se extendían las tierras
montañosas de un gran valle, y el arroyo descendía con una voz fría, en
numerosas cascadas.
—¿En qué lugar de la Tierra Media nos encontramos? —preguntó Gimli; y
Elladan le respondió:
—Hemos bajado desde las fuentes del Morthond, el largo río de aguas
glaciales; desciende hasta volcarse en el mar que baña los muros de Dol Amroth.