Page 57 - El Retorno del Rey
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No bien apareció en el cielo la luz del día, antes que el sol se elevara sobre las
      estribaciones del Este, Aragorn se preparó para partir.
        Ya todos los hombres de la compañía estaban montados en las cabalgaduras,
      y Aragorn se disponía a saltar a la silla, cuando vieron llegar a la dama Eowyn.
      Vestida de caballero, ciñendo una espada, venía a despedirlos. Tenía en la mano
      una  copa;  se  la  llevó  a  los  labios  y  bebió  un  sorbo,  deseándoles  buena  suerte;
      luego le tendió la copa a Aragorn, y también él bebió, diciendo:
        —¡Adiós, Señora de Rohan! Bebo por la prosperidad de vuestra Casa, y por
      vos, y por todo vuestro pueblo. Decidle esto a vuestro hermano: ¡Tal vez, más allá
      de las sombras, volvamos a encontrarnos!
        Gimli y Legolas que estaban muy cerca, creyeron ver lágrimas en los ojos
      de Eowyn y esas lágrimas, en alguien tan grave y tan altivo, parecían aún más
      dolorosas. Pero ella dijo:
        —¿Os iréis, Aragorn?
        —Sí —respondió él.
        —¿No  permitiréis  entonces  que  me  una  a  esta  Compañía,  como  os  lo  he
      pedido?
        —No, señora —dijo él—. Pues no podría concedéroslo sin el permiso del rey
      y vuestro hermano; y ellos no regresarán hasta mañana. Mas ya cuento todas las
      horas y todos los minutos. ¡Adiós!
        Eowyn cayó entonces de rodillas, diciendo:
        —¡Os lo suplico!
        —No, señora —dijo otra vez Aragorn, y le tomó la mano para obligarla a
      levantarse, y se la besó. Y saltando sobre la silla, partió al galope sin volver la
      cabeza; y sólo aquellos que lo conocían bien y que estaban cerca supieron de su
      dolor.
        Pero  Eowyn  permaneció  inmóvil  como  una  estatua  de  piedra,  las  manos
      crispadas contra los flancos, siguiendo a los hombres con la mirada hasta que se
      perdieron bajo el negro Dwimor, el Monte de los Espectros, donde se encontraba
      la Puerta de los Muertos. Cuando los jinetes desaparecieron, dio media vuelta, y
      con el andar vacilante de un ciego regresó a su pabellón. Pero ninguno de los
      suyos fue testigo de aquella despedida; el miedo los mantenía escondidos en los
      refugios:  se  negaban  a  abandonarlos  antes  de  la  salida  del  sol,  y  antes  que
      aquellos extranjeros temerarios se hubiesen marchado del Sagrario.
        Y algunos decían:
        —Son criaturas élficas. Que vuelvan a los lugares de donde han venido y que
      no regresen nunca más. Ya bastante nefastos son los tiempos.
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