Page 343 - La Traición de Isengard
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Trotter sentía que había urgencia y que, lo desearan o no, debían apresurarse en
avanzar.
A medida que pasaba el segundo día de su viaje, las tierras fueron cambiando
poco a poco: los árboles ralearon hasta desaparecer del todo: sobre la orilla
oriental, a su izquierda, unas lomas alargadas se estiraban, subiendo y alejándose
hacia el cielo; parecían resecas como si un fuego hubiese pasado sobre ellas, sin
dejar con vida una sola hoja verde; era una región hostil donde no había siquiera
un árbol marchito o una piedra desnuda que aliviaran aquel vacío. Habían llegado
a las Tierras Pardas, la Planicie Marchita que se extiende en una región vasta
entre Dol Dúghul en el Bosque Negro del Sur y las colinas de Sarn Gebir: no
sabían qué pestilencia de guerra o qué mala acción del Señor de Mordor había
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devastado de ese modo toda la región. Sobre la orilla occidental, a su
derecha, la tierra estaba sin árboles y llana, pero era verde: había florestas de
juncos, tan altos que ocultaban la vista a medida que los botes pequeños pasaban
rozando aquellas márgenes oscilantes: los plumajes sombríos y resecos se
inclinaban y alzaban con un susurro blando y triste en el leve aire fresco. De
cuando en cuando, en espacios abiertos, podían ver a través de los anchos
terrenos ondulados unas colinas lejanas, o sobre el horizonte una línea oscura
apenas visible: las estribaciones meridionales de las Montañas Nubladas.
—Estáis mirando las grandes llanuras de Rohan, la Marca de los Jinetes, tierra
de los Amos de los Caballos —dijo Trotter—, pero en estos días nefastos la gente
no habita cerca del río ni cabalga a menudo hasta la orilla. El Anduin es ancho, y
sin embargo los orcos pueden disparar sus flechas por encima de la corriente.
Los hobbits miraron de una a otra orilla, intranquilos. Si antes los árboles
habían parecido hostiles, como si albergaran peligros secretos, ahora se sentían
demasiado expuestos: navegando en botes abiertos entre tierras que no ofrecían
ningún abrigo, en un río que era una frontera de guerra. A medida que
continuaron, la sensación de inseguridad se incrementó. El río se ensanchó y se
hizo poco profundo: unas largas y desnudas playas pedregosas se extendieron al
este, había bancos de arena [411] en el agua, y tuvieron que ir con cuidado. Las
Tierras Pardas se elevaron en planicies desiertas, sobre las que soplaba un viento
helado del este. En el otro lado los prados se habían convertido en terrenos
quebrados de hierba gris, una región de matas y zarzas. Se estremecieron
recordando los prados y fuentes, el sol claro y las lluvias suaves de Lothlórien:
entre ellos no hubo mucha conversación y ninguna risa. Cada uno estaba
ensimismado con sus propios pensamientos. Sam estaba convencido desde hacía
tiempo que aunque las barcas no eran quizá tan peligrosas como le habían hecho
creer, eran mucho más incómodas. Se sentía agarrotado y descorazonado, no
teniendo nada que hacer excepto clavar los ojos en los paisajes invernales que se
arrastraban a lo largo de las orillas y en el agua gris oscura, pues la Compañía
usaba las palas principalmente para la conducción y, en cualquier caso, no le