Page 96 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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Estos Misterios enseñaban la transmigración y la reencarnación, aunque de una forma
algo insólita. Se creía que a medianoche los mundos invisibles estaban más cerca de la
esfera terrestre y que las almas que adquirían existencia material se deslizaban en ella a
medianoche. Por tal motivo, muchas de las ceremonias eleusinas se celebraban a esa
hora. Algunos de los espíritus dormidos que no habían logrado despertar su
naturaleza superior durante su vida terrenal y que entonces flotaban por ahí en los
mundos invisibles, rodeados por una oscuridad que ellos mismos habían creado, de
vez en cuando se introducían a esa hora y adoptaban la forma de diversas criaturas.
Los místicos de Eleusis también hacían hincapié en lo malo del suicidio y
explicaban que en torno a este delito había un misterio profundo del cual no podían
hablar, aunque advertían a sus discípulos que un gran pesar embargaba a todos los
que se quitaban la vida. Esto, en esencia, constituye la doctrina esotérica que se
transmitía a los iniciados en los Misterios menores. Como este grado se refería sobre
todo a las miserias de aquellos que no conseguían aprovechar al máximo sus
oportunidades filosóficas, las cámaras de iniciación eran subterráneas y los horrores
del Hades se representaban de forma vívida en un complejo drama ritualista. Cuando
lograba atravesar los tortuosos corredores, con sus pruebas y sus peligros, el
candidato recibía el título honorario de mystes, que quería decir «alguien que ve a
través de un velo o tiene una visión confusa». También significaba que el candidato
había llegado hasta el velo, que desaparecería en el grado superior. Es probable que la
palabra moderna «místico», en el sentido de alguien que busca la verdad siguiendo los
dictados de su corazón y el camino de la fe, derive de aquella palabra antigua, porque
la fe es creer en la realidad de las cosas que no se ven o están veladas.
Los Misterios mayores (a los cuales el candidato solo era admitido cuando había
superado las pruebas de los menores e, incluso en ese caso, no siempre) estaban
consagrados a Ceres, la madre de Perséfone, a la que representan deambulando por el
mundo en busca de su hija raptada. Ceres portaba dos antorchas: la intuición y la
razón, para ayudarla en la búsqueda de su hija perdida (el alma). Finalmente,
localizaba a Perséfone no muy lejos de Eleusis y, en señal de gratitud, enseñaba a su
pueblo a cultivar el grano, que era sagrado para ella, y también fundaba los Misterios.
Ceres comparecía ante Plutón, el dios de las almas de los muertos, y le suplicaba que
permitiera a Perséfone regresar a su casa. Al principio, el dios se negaba, porque
Perséfone había comido un trozo de granada, el fruto de la mortalidad. Finalmente,
sin embargo, cedía y accedía a dejar que Perséfone viviera en el mundo superior la
mitad del año, si pasaba con él la otra mitad en la oscuridad del Hades.
Para los griegos, Perséfone era una manifestación de la energía solar, que en los