Page 99 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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del conocimiento. Cuando así se desprendía de las ataduras del barro y de los
conceptos cristalizados, el iniciado se liberaba no solo durante el período de su vida,
sino para toda la eternidad, porque, a partir de entonces nunca más era despojado de
aquellas cualidades del alma que después de la muerte eran sus medios de
manifestación y expresión en el llamado mundo celestial.
En contraste con la idea del Hades como un estado de oscuridad inferior, se decía
que los dioses vivían en lo alto de las montañas; un buen ejemplo de esto lo
encontramos en el monte Olimpo, donde se supone que vivían juntas las doce
divinidades griegas. Por consiguiente, en su deambular iniciático, el neófito entraba en
cámaras cada vez más brillantes para representar el ascenso del espíritu desde los
mundos inferiores hacia el terreno de la felicidad absoluta. Como punto culminante de
sus andanzas, ingresaba en una gran sala abovedada, en cuyo centro se alzaba una
estatua de la diosa Ceres brillantemente iluminada, donde, en presencia del hierofante
y rodeado por sacerdotes con vestiduras espléndidas, era instruido en los misterios
secretos más elevados de Eleusis. Al concluir la ceremonia, era aclamado como
epoptes, que significa «alguien que ha visto con sus propios ojos». Por este motivo, la
iniciación también se llamaba «autopsia». A continuación, entregaban al epoptes
determinados libros sagrados, probablemente escritos en clave, junto con unas
tablillas de piedra que llevaban grabadas las instrucciones secretas.
En The Obelisk in Freemasonry, John A. Weisse describe a los personajes que
ofician los Misterios eleusinos como un hierofante masculino y otro femenino, que
dirigían las iniciaciones; un hombre y una mujer portadores de antorchas; un heraldo,
y un hombre y una mujer encargados del altar. Había también numerosos ayudantes
de menor importancia. Dice que, según Porfirio, el hierofante representa al demiurgo
platónico o creador del mundo; el portador de la antorcha, al sol; el encargado del
altar, a la luna; el heraldo, a Hermes o Mercurio, y los demás ayudantes, a las estrellas
menores.
Según se deduce de los documentos disponibles, los rituales iban acompañados de
gran cantidad de fenómenos extraños y aparentemente sobrenaturales. Muchos
iniciados sostienen que realmente han visto a los propios dioses vivos. Si esto era
consecuencia del éxtasis religioso o de una auténtica cooperación de los poderes
invisibles con los sacerdotes visibles seguirá siendo un misterio. En Las metamorfosis
o El asno de oro, Apuleyo describe con las siguientes palabras lo que con toda
probabilidad fue su iniciación en los Misterios eleusinos:
«Me acerqué a los confines de la muerte y, después de pisar el umbral de