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Hubo un tiempo en que las iglesias predicaban el llamado al servicio, enviaban a sus
                miembros a servir. Hoy en día se predica muy poco el llamado y no se envía a la gen-
                te; más bien el llamado es a venir, a servir en la iglesia pero puertas adentro, no de las
                puertas hacia afuera. Todos quieren dedicarse a la enseñanza, a la alabanza. Eso está
                buenísimo, no es malo, pero nuestro propósito es extendernos.

                  Conozco a algunos pastores que enviaron muchos alumnos al instituto bíblico y hoy
                disfrutan de una iglesia viva, encendida; otros, no mandan ni un alumno, no capaci-
                tan a las personas, tienen una iglesia que decrece porque no es generadora.

                  La visión debe ser llevar la palabra de Dios, que cada miembro se convierta en
                un ministro en servicio. De lo contrario, se encierran como creyentes, como pastor,
                como iglesia.

                  Necesitamos el ADN de la reproducción, como las células del cuerpo que se es-
                tán reproduciendo diariamente porque, si no lo hacen, no hay crecimiento. Así las
                congregaciones tienen que regenerarse; de eso hablamos cuando nos referimos al
                desarrollo de las iglesias.

                  Cierta vez escribí la siguiente declaración de misión personal: “Nuestro propósito
                es inspirar, animar y desafiar a los pastores, promoviendo el crecimiento personal
                y corporativo de la iglesia y el trabajo en conjunto para la extensión del evangelio a
                través de la plantación de nuevas congregaciones”.

                  Lo que se necesita es el crecimiento personal del pastor y de la iglesia, tanto en
                las áreas espirituales, financieras, la actividad en las misiones y la multiplicación de
                las congregaciones. Nuestro propósito, como matrimonio enviado para promover la
                plantación de iglesias, es trabajar en conjunto fundando nuevas iglesias en diferentes ciudades.




                   En el contexto bíblico, el deseo de Dios desde el principio del mundo ha sido que
                crezcamos y nos multipliquemos. Desde la creación de los animales dice la Palabra
                que: “Dios los bendijo, diciendo: Fructificad y multiplicaos, y llenad las aguas en los mares, y
                multiplíquense las aves en la tierra” (Génesis 1:22). A Adán y a Eva, Dios les dijo: “Fructi-
                ficad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves
                de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28).


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