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Sin obreros no hay obra. El obrero es fundamental en la plantación de una nueva
                obra. No tanto el edificio o el método, sino la persona con el llamado a plantar.

                  Todo aquel que desee plantar una iglesia debe hacerse dos preguntas clave:




                  Se trata de conocerse a sí mismo. Para esto hay que preguntarse: ¿cuáles son mis
                talentos?, ¿qué habilidades tengo?, ¿qué dones Dios me ha dado? y ¿para qué son?
                Conocer las propias limitaciones, saber hasta dónde se puede llegar. Para esto sirven
                los test de dones, porque ayudan a comprender el llamado y si se tienen los dones
                adecuados (ver Apéndice 1).

                  Siempre digo que los test no eliminan a las personas, sino que marcan un parámetro
                para saber si se está débil en algún área para fortalecerla. Nos indican dónde estamos
                parados, nuestras limitaciones, porque si no lo sabemos nunca podremos avanzar.
                Cuando nos damos cuenta de que “hasta aquí llegamos”, podemos buscar a alguien
                que nos acompañe, que nos ayude con lo que no podemos, con aquello que no sabe-
                mos hacer. Si estamos flojos en evangelismo o en organización, en ministración, o en
                discipulado, pidamos ayuda para mejorar en eso.




                  Es bueno trazar una línea del tiempo personal que señale lo sucedido en la vida
                desde el nacimiento, las propias experiencias, el tiempo con Dios, sus enseñanzas,
                aquellos hechos clave en la vida que nos llevaron hasta el punto de ser un plantador
                de iglesias. Esto es útil para ver y confirmar cómo Dios nos venía preparando.







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