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ORESTIADA

                durmiendo. Tal es el espanto que provocan las Erinias, mismo
                que debe ser proyectado a los espectadores, que la Pitia, al des-
                cribirlas, no acierta a decir si tienen fisonomía de mujer o de
                Gorgona; pero, a diferencia de ésta, carecen de alas, son negras
                por completo, al roncar exhalan de modo repulsivo y de sus ojos
                fluyen lágrimas de odio; su carácter es repulsivo. Ante tal espec-
                táculo, la Pitia abandona la escena, dejando en manos de Apolo
                lo que haya que resolver (vv. 46-63).
                  1.2. Intervención de Apolo y Orestes (vv. 64-93). Se abren las
                puertas del templo de Delfos. Se puede mirar a este último dios,
                a Orestes, a Hermes y a las Erinias. Rhesis de Apolo: esta deidad
                afianza el vínculo como destinatario del suplicante, pues protege-
                rá a Orestes de los peligros que le acechan. Se hace otra descrip-
                ción más de las Erinias: niñas ancianas que tienen en sí atrapada
                la furia; al ser execrables, no se relacionan con ningún dios, ni
                hombre, ni bestia; viven en la oscuridad del Tártaro profundo.
                A pesar de tal visión insoportable, Apolo le ordena a Orestes que
                emprenda la partida hacia Atenas, al templo de Palas, y arribe
                como suplicante al abrazar la estatua de la diosa. Profetiza que
                saldrán de la asechanza que los rodea en ese lugar, gracias a los
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                jueces y a la persuasión de las palabras (vv. 64-84).  Obsérvese el
                cambio de escenario: el problema de fondo se traslada de Delfos
                a Atenas; el movimiento de un espacio a otro tiene la clara inten-
                ción de marcar la modificación de una sociedad arcaica a la polis
                democrática, es decir, atendiendo el foco de la trilogía, con ello se

                  172  Hay un reconocimiento implícito al modo de resolver los problemas en
                la democracia ateniense, tal como se corrobora en la manera en la que Atenea
                persuade a las Erinias para que cesen su persecutora furia contra Orestes. Cf.
                Gallego 1999, pp. 181-182; 208.

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