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ORESTIADA

                que sustituye al principio del “ojo por ojo, diente por diente”.
                La diosa ojizarca funge como un eficaz logógrafo que argumenta
                lo que Orestes y Apolo no han podido,  en cierta manera, para
                                                 115
                doblegar a las Erinias.  Dicho de otro modo: Apolo es el pensa-
                                  116
                miento religioso en sí, frente a una Atenea que torna laica la ley
                que debe castigar los delitos de sangre. Sin embargo, no hay que
                perder de vista que la diosa ojizarca forma parte del bando de los
                vencedores en la guerra de Troya y que desde la perspectiva en la
                que alude a su nacimiento sólo a partir del padre queda en evi-
                dencia que ella responde a los designios de Zeus, y esto es lo que
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                decide su voto a favor de Orestes.  Además, fuerza a las Erinias
                con un argumento veladamente amenazante, pues aunque apoya
                su palabra en el hecho de que ella es la guardiana del rayo de
                Zeus,  esto oculta la posibilidad de usar dicha fuerza en contra
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                de aquéllas. Los dioses tienen su propia respuesta para el caso
                trágico propuesto en la Orestiada, no así los seres humanos que
                se debaten entre cumplir los mandatos divinos o hacer caso a la
                razón jurídica de los hombres:


                  ¿A tales oráculos es perentorio tener confianza?
                  Y aunque no estoy convencido, el encargo debe realizarse,
                  pues muchas emociones concurren en uno:

                  115  Dice Atenea que quien ha ganado el juicio es “Zeus, guardián de las asam-
                bleas” (Aesch., Eum., 973), lo que corrobora el sentido judicial de su participa-
                ción, como si se tratara de un logógrafo en pleno ejercicio de su profesión. Cf.
                Rosenmeyer 1982, pp. 350 ss.
                  116  Cf., con matices que inclinan la balanza hacia la justicia recíproca, Podlec-
                ki 1966, p. 74-77; Winnington-Ingram 1983, pp. 168 ss.
                  117  Aesch., Eum., 734-743.
                  118  Aesch., Eum., 826-828.

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