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transmitido de generación en generación.»
Las ciudades blancas, el imperio de la jungla en el Amazonas
El sometimiento del Perú y la destrucción de las tribus indias de la costa brasileña alteró el
curso de la conquista del continente sudamericano. El carácter de los extranjeros ya no
constituía un misterio para los nativos; ahora eran conscientes de sus objetivos y de la
credibilidad de sus palabras, y ofrecieron una tenaz resistencia.
El primero en experimentar la nueva situación fue un compañero de Pizarra, el aventurero
español Francisco de Orellana, quien en medio de grandes dificultades navegó el Amazonas
hasta su desembocadura. Se había logrado así cruzar por primera vez el continente
sudamericano, y esta travesía quedó descrita y documentada en el diario de navegación de su
compañero Gaspar de Carvajal. Según dicho informe, Orellana encontró a ambas orillas del río
comunidades fuertemente estructuradas.
Carvajal describe edificios para mercados, pesquerías y poblados profusamente esparcidos y
levantados con objeto de impedir el desembarco de los españoles, así
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como calles abundantes, fortificaciones y edificios públicos. Las aldeas se sucedían tan
frecuentemente que la región parecíale a Carvajal como una parte de su nativa España: «Nos
adentrábamos cada vez más en zonas habitadas, y una mañana a las ocho, después de haber
negociado un amarre en el río, contemplamos una hermosa ciudad que por su tamaño debía
ser la capital de un imperio. Posteriormente observamos también numerosas ciudades blancas,
escasamente a dos millas de la orilla del río».
El informe de Carvajal testimonia la existencia de un imperio muy desarrollado en el interior de
la Amazonia, ya que ni las fortificaciones ni las ciudades blancas podían haber sido construidas
por los indios de la jungla. Únicamente los incas, los mayas o los aztecas podían ser capaces
de logros semejantes. Dado que se ha demostrado que sus imperios se limitaron a las zonas
occidentales del continente, sólo puede tenerse en cuenta a otro pueblo: según la Crónica de
Akakor, los ugha mongulala.
Cien años después, el jesuíta Cristóbal de Acuña confirmaría los informes de su predecesor.
Éste también describe los signos de la vida urbana: densa población, medidas defensivas y
edificios públicos «en los que se ven muchas vestimentas hechas con plumas de multitud de
colores». En la conclusión, Acuña resume las impresiones que ha sacado del país que ha
estado recorriendo durante varios meses: «Todos los pueblos a lo largo de este río son
extraordinariamente razonables, vivaces y llenos de inventiva. Esto puede observarse en todo
lo que producen, ya se trate de esculturas, de dibujos o de pinturas de muchos colores. Los
poblados están cuidadosamente construidos y ordenados, aunque todo parece indicar que
dependen de ciudades situadas más al interior».
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Según la Crónica de Akakor, los ugha mongulala gobernaron sobre un enorme imperio que se
extendía a lo largo de casi todo el curso del Amazonas. Luego llegaron los Blancos Bárbaros
con su nuevo símbolo de la cruz e indujeron a las Tribus Aliadas a romper su fidelidad. Se
repitió la tragedia ¡rica, aunque más lentamente y por etapas. Es posible que los portugueses
no sintieran piedad alguna ya se tratase de convertir al cristianismo a los nativos o de liberarlos
de sus innecesarios lujos. Pero vivían en un país sin ningún centro político visible, y estaban
luchando contra fuerzas naturales que parecen resistir hasta a la más moderna maquinaria. La
variante transamazónica de la carretera entre Manaus y Barcellos construida en 1971 sobre el
bajo río Negro fue cubierta en tan sólo un año por la vegetación tropical. Incluso los técnicos
tuvieron dificultades para localizar la dirección aproximada de la carretera. No es de sorprender
por tanto que ya no existan signos de las «ciudades blancas».
Las amazonas
La historiografía tradicional ha ignorado casi por completo el diario de navegación de Gaspar
de Carvajal, probablemente debido a que el informe sobre esos ocho meses en regiones que
han conservado su misterio hasta la actualidad se refiere principalmente a la búsqueda de
comida. Los poblados existían única y exclusivamente como posibles lugares de saqueo. Un
viajero evitaría las ciudades blancas y se alegraría cuando pasase a través de ciudades peque-
ñas e indefensas. Los contemporáneos de Carvajal centra-
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ron precisamente su atención en una pequeña sección: aquélla en la que alude a una tribu de
mujeres guerreras con una capital de oro propia de un cuento de hadas. Esta parte del diario
cautivó la imaginación de los avariciosos conquistadores, que desde todas partes avanzaron
hacia la región de las zonas altas del Orinoco para encontrar a la tribu de las amazonas y su