Page 101 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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comunicaciones por mar entre los dos continentes se interrumpieron en una fecha posterior».
Según la Crónica de Akakor, las relaciones entre Egipto y América del Sur se interrumpieron en
el cuarto milenio a. de C., al destruir las tribus salvajes la ciudad de Ofir, que había sido cons-
truida por Lhasa.
De aceptarse la teoría del profesor Cordón, la relación fue reanudada en el año diecinueve de
Hiram (1000 a. de C.) por los fenicios. Y los ugha mongulala afirman que en el año 500 d. de
C., la prosiguieron los ostrogodos, que se habían aliado con navegantes del Norte. Y final-
mente, otros mil años después, llegaron los españoles y portugueses en su búsqueda de una
ruta marítima más
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corta hacia la India. América, el Nuevo Mundo, había sido redescubierta.
Prehistoria de los incas
El viaje de Cristóbal Colón fue el primero en traer noticias a occidente sobre las civilizaciones
americanas. Los escribas de Su Majestad Española describieron las ciudades, condenaron las
tradiciones religiosas de los pueblos y establecieron las primeras cronologías. El historiador
español Pedro Cieza de León y el descendiente de los incas Garcilaso de la Vega sitúan el
nacimiento del imperio inca en los primeros siglos de la era cristiana. Solamente el cronista
Fernando Montesinos da una tabla genealógica exacta de los Reyes del Sol, y que se remonta
a la era precristiana.
Durante mucho tiempo, la historiografía moderna aceptó la validez de las fechas de Pedro
Cieza de León y consideró que el comienzo del imperio inca habría tenido lugar hacia los años
500-800 d. de C. Se suponía que en este lapso de tiempo esta poderosa nación de guerreros
habría iniciado la conquista del Perú y que 300 años después se extendería hasta la costa del
Pacífico. Los nuevos gobernantes del Perú desarrollaron un fuerte Estado de orientación so-
cialista y establecieron el mayor imperio conocido en la historia de América Latina. Únicamente
los más recientes hallazgos arqueológicos en las tierras altas de Perú y de Solivia han dado
como resultado unas opiniones históricas totalmente diferentes. Dado que tan difícil es explicar
el ascenso de los incas a potencia mundial en un período de
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300 años como comprender el desarrollo de un Estado «socialista», la nueva teoría sostiene
que el origen de los incas se sitúa cientos, e incluso miles, de años antes del citado 500 d. de
C. El historiador Montesinos, que durante mucho tiempo había sido desacreditado como
fantasioso, comienza a ser recuperado: «Hace mucho tiempo, el divino Viracocha emergió de
una cueva. Era más sabio y más poderoso que los hombres ordinarios, agrupó a las tribus en
torno a él y fundó Cuzco, la ciudad de las cuatro esquinas del mundo. Este es el comienzo de
la historia de los Hijos del Sol, que es como ellos se llaman a sí mismos». Montesinos es el
único historiador español que sitúa el origen del imperio inca en la era precristiana. Sin
embargo, es más apoyado por sus colegas cuando describe a las mujeres de la familia
gobernante. Pedro de Pizarra, el conquistador del Perú, se entusiasma con la piel blanca de las
mujeres incas, de su pelo «del color del trigo maduro», y de sus facciones finamente
moldeadas, que se compararían con ventaja con las de cualquier belleza madrileña. Todo
aquel que esté familiarizado con los indios peruanos de las tierras altas no puede por menos
que dejar de sorprenderse por semejante retrato. Los descendientes de los orgullosos incas
son pequeños de estatura y tienen la piel rojiza —exactamente lo opuesto al ideal de belleza
español—. O bien éstos han cambiado completamente en el curso de unos siglos, o los
antepasados incas pertenecían a una estirpe diferente. Fernando Montesinos lo relaciona con
el legendario Viracocha. Pedro de Pizarra añade que los nativos consideran a su príncipe como
«un niño del dios del cielo», al igual que a todas las personas blancas de pelo rubio. La Crónica
de Akakor describe a Viracocha como perteneciente a la raza del divino príncipe
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Lhasa. Las leyendas de los indios peruanos de las tierras altas hablan de una tribu de piel
blanca que desapareció en la jungla sin dejar rastro alguno. Mas este misterioso pueblo no
desapareció por completo. En 1 91 1, el explorador estadounidense Hiram A. Binham descubrió
la ciudad en ruinas de Machu Picchu, en el valle del Urubamba y a una altitud de 3.000 metros.
Se hallaba relativamente bien conservada y presentaba muchas similitudes con las fortalezas
montañosas incas. Pero ni los contemporáneos de Pizarro ni los descendientes de los Reyes
del Sol tenían noticias sobre su existencia. Binham llegó a descubrir la ciudad porque estaba
siguiendo las huellas de una antigua leyenda; fue ésta la razón por la que confundió Machu
Picchu con la aún sin descubrir ciudad inca de Paititi, el reducto del príncipe inca Manco II.
Mientras tanto, los descubrimientos arqueológicos han demostrado que Machu Picchu no es