Page 100 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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credibilidad mayor a las leyendas de los pueblos antiguos que a las hipótesis científicas o a las
                  afirmaciones religiosas puede encontrar innumerables indicaciones de que los dioses fueron los
                  responsables. Pero las leyendas no son la evidencia. Ni siquiera las gigantescas ciudades
                  religiosas de los mayas, las enormes pirámides de los egipcios o las gruesas estructuras de
                  Nazca en el Perú tienen por qué ser necesariamente estructuras no humanas. Son,
                  efectivamente, testimonios del florecimiento de unas altas civilizaciones que ya no
                  comprendemos. Pudiera ser esta enorme escala la que a nuestros ojos eleva a sus
                  constructores a la estatura de Dioses.
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                  Los egipcios y los fenicios en Brasil
                  La historia del primer hombre americano continúa siendo un misterio. La mayoría de los científicos
                  sostienen que atravesó a pie el desierto helado del Estrecho de Bering y que pobló el continente de
                  Norte a Sur. Los seguidores de Posnansky le consideran como el descendiente de la población de
                  Tiahuanaco. Muchos de los autores de ciencia popular creen que es el superviviente de la
                  legendaria Atlántida. Mas hasta el momento nadie ha podido aportar pruebas incontrovertibles.
                  En 1 971, el profesor norteamericano Cyrus Cordón originó un revuelo aún mayor al publicar una
                  asombrosa teoría. Este investigador afirmaba que las antiguas naciones del Oriente habían tenido
                  conocimiento de América durante miles de años. Como evidencia, presentó la copia de una losa de
                  piedra que había hallado en el estado federal brasileño de Ceará, y que lleva grabada la siguiente
                  inscripción: «Somos hijos de Canaán. Procedemos de Sidón, la ciudad del Rey. El comercio nos ha
                  traído hasta esta tierra de montañas. Hemos sacrificado un joven para conjurar la ira de los dioses
                  en el decimonoveno año de Hiram, nuestro rey poderoso. Iniciamos nuestro viaje en Eziongaber y
                  navegamos con diez bajeles por el Mar Rojo. Hemos pasado dos años sobre el mar y bordeamos un
                  país llamado Ham. Luego una tormenta nos separó de nuestros compañeros; finalmente llegamos
                  aquí, doce hombres y tres mujeres, a una playa de la que yo, el almirante, he tomado posesión».
                  Las afirmaciones de Cyrus Cordón provocaron una explosión de indignación entre los arqueólogos e
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                  dores brasileños. La teoría rebajaba a los descubridores portugueses a meros epígonos de los
                  navegantes fenicios, y asimismo proporcionaba una explicación completamente nueva al origen
                  del término Brasil. La versión habitual deriva su nombre del árbol pau do Brasil. Según el
                  profesor estadounidense, la palabra tiene su origen en el vocabulario hebreo. Varias
                  universidades brasileñas enviaron grupos de investigadores al área en la que el profesor había
                  localizado el hallazgo para estudiar y verificar el sensacional descubrimiento.
                  La mayor y la más costosa de las expediciones inspeccionó en 1971 la región de
                  Quixeramobin, en el centro de Ceará. Durante tres meses de arduo trabajo, se recogieron más
                  de mil kilogramos de cerámicas y de muestras del suelo. Los arqueólogos excavaron más de
                  100 urnas y descubrieron unas misteriosas imágenes de piedra y ornamentos coloreados de
                  porcelana. En el mismo otoño, el director de la expedición, el arqueólogo brasileño Milton
                  Parnés, publicó su primer informe, que confirma las afirmaciones de Gordon y las
                  observaciones contenidas en la Crónica de Akakor relativas a contactos entre los ugha
                  mongulala y el imperio de Samón situado al otro lado del océano oriental.
                  Las referencias a una antigua relación entre el Oriente y el Nuevo Mundo no se limitan a los
                  asombrosos descubrimientos de Ceará. Los libros egipcios de los muertos del segundo milenio
                  a. de C. hablan sobre el reino de Osiris situado en un distante país en el Oeste. Las
                  inscripciones en las rocas de la región del río Mollar, en Argentina, están claramente en la
                  misma línea que las de la tradición egipcia. En Cuzco se encontraron símbolos y objetos de
                  cerámica que son idénticos a los artefactos egipcios. Según el
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                  investigador estadounidense Verril, constituyen la evidencia de la visita del rey Sargón de
                  Akkad y sus hijos al Perú en los años 2500-2000 a. de C. En Guatemala, los lugares y los
                  templos de consagración parecen haber sido erigidos siguiendo el modelo de las pirámides
                  egipcias. Su arquitectura, que sigue unas leyes estrictamente astronómicas, apunta hacia el
                  mismo origen o hacia el mismo constructor. Pero las indicaciones más claras se encuentran en
                  la Amazonia y en el estado federal brasileño de Mato Grosso: inscripciones de varios metros de
                  altura que se encuentran en las caras de rocas difícilmente accesibles exhiben de un modo
                  incuestionable las características de los jeroglíficos egipcios. Fueron recogidas e interpretadas
                  por el investigador brasileño Alfredo Brandáo en su obra en dos volúmenes A Escripta
                  Prehistórica do Brasil. En su prólogo escribe: «Los navegantes egipcios dejaron sus huellas por
                  todas partes, desde la desembocadura del Amazonas hasta la bahía de Guanabara. Tienen
                  una antigüedad de unos 4000-5000 años, y podemos por ellas conjeturar que las
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