Page 105 - Brugger Karl Crnica de Akakor
P. 105
legendaria capital, El Dorado.
Las expediciones militares emprendidas en los siglos XVI y XVII siguieron invariablemente el
mismo curso. Fuerzas españolas y portuguesas, mercenarios franceses y alemanes bajo el
mando de diversos comandantes; todos ellos vagaron durante meses a través de inaccesibles
territorios. Tuvieron que hacer frente a los ataques de una población guerrera, a las adversas
condiciones naturales y a un terreno continuamente inundado. Los hombres caían derrotados
por el hambre, devoraban a sus animales de carga y finalmente recurrían al canibalismo.
«Cogimos al indio prisionero, y cuando llegamos a la corriente, lo matamos y nos lo repartimos
entre nosotros. Encendimos una hoguera y nos comimos su carne. Luego nos acostamos para
descansar durante la noche, pero antes freímos el resto de la carne.» Lo que antecede forma
parte de un informe de Cristóbal Martín, un soldado de la fuerza expedicionaria del general von
Hutten.
Las valientes amazonas y la misteriosa El Dorado nunca fueron descubiertas. Según la Crónica
de Akakor, aquéllas lucharon contra los invasores extranjeros durante siete años. Quedaron
agotadas. Destruyeron Akahim y se retiraron al interior de las residencias subterráneas.
En los siglos que siguieron, El Dorado adquiriría un carácter peculiar. La fabulosa ciudad de oro
parecía caminar de un punto a otro de la jungla brasileña con la fasci-
250
nación y la inconstancia de una Fata Morgana. Inmensas áreas serían exploradas en búsqueda
de la escurridiza ciudad, e innumerables leyendas serían redescubiertas o inventadas. Pero El
Dorado había desaparecido. A comienzos del siglo XX, su supuesta localización oscilaba desde
el Orinoco en la frontera entre Brasil y Venezuela hasta la jungla del Mato Grosso. El
explorador inglés Fawcett sostenía haber descubierto en esta región gigantescas pirámides.
Estaba tan firmemente convencido de su existencia que se embarcaría en numerosas y
peligrosas expediciones. En una carta dirigida a su hijo justificaba su creencia: «Hay algo
completamente cierto. Un denso velo cubre la prehistoria de América Latina. El explorador que
logre encontrar las ruinas habrá conseguido ampliar nuestros conocimientos históricos en una
forma inimaginable».
Al igual que les ocurrió a muchos de los que le precedieron, Fawcett fracasó debido a las
condiciones climáticas y geográficas de los bosques de lluvia tropical: ya no regresaría de su
última expedición en el verano de 1943. Pero su destino no impidió el que otros valerosos
exploradores continuaran la búsqueda de un pasado distante. En 1944, el etnólogo brasileño
Pedro E. Lima descubrió un camino indio perfectamente delimitado que iba desde la región del
nacimiento del Xingú hasta Solivia. El especialista alemán en temas indios Egon Schaden
recogió las leyendas de los indios brasileños y las combinó para realizar una magnífica
presentación de su prehistórico pasado.
Los diez últimos años han contemplado un avance decisivo en la exploración arqueológica del
Brasil. Durante la construcción de la Transamazónica y de la Perimetral Norte —dos carreteras
troncales que atraviesan la jungla—, los bulldozers y las cuadrillas de obreros pasaron
repetida-
251
mente a través de campos de ruinas anteriormente desconocidos. El Servicio Brasileño de
Protección India descubrió en la región de Altamira a unos indios de piel blanca y de ojos
azules. En Acre, los colonos blancos fueron atacados por unos indios que eran «altos, bien
formados, muy hermosos y de piel blanca». Pero el descubrimiento más asombroso lo
realizaría un grupo de reconocimiento de un puesto fronterizo brasileño en el área del Pico da
Neblina: estableció contacto con una tribu india en la que las mujeres desempeñaban el papel
predominante. Según la Crónica de Akakor, Akahim está situada en las ladera orientales del
Pico da Neblina, la montaña más alta del Brasil.
La extinción de los indios de la jungla
La existencia de las misteriosas amazonas continúa todavía en el reino de la leyenda. La
extinción de los indios de la jungla es, sin embargo, real, y provocada por las enfermedades y
por la forma única de la violencia de los colonizadores blancos. Inmediatamente después de su
llegada relegaron a los indios a un rango inferior al de la esclavitud. Hasta tal punto fue
atropellada y suprimida la población indígena que no le quedó otro medio de supervivencia más
que alimentándose de gusanos, de hierbas y de raíces. Sus caudillos fueron asesinados por los
europeos bajo crueles torturas para así domeñar de una vez por toda la resistencia de los
salvajes. Como señala el historiador español Oviedo: «Fueron soltados cinco o seis perros
jóvenes sobre cada uno de los dieciséis caudillos para entrenarlos en este tipo de caza
humana. Como todavía eran jóvenes, se limi-