Page 63 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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A comienzos del decimotercer milenio, la guerra en la frontera occidental se interrumpió
temporalmente. Los españoles se habían cansado de las inútiles batallas. Renunciaron a
la conquista de las laderas orientales de los Andes y abandonaron el ataque de Akakor.
Una extensa tierra de nadie, protegida únicamente por nuestros exploradores, separaba el
nuevo imperio de los Blancos Bárbaros del territorio de los Ugha Mongulala. Ya no había
peligro de que nuestra capital fuera descubierta. Pero tan pronto como los Blancos
Bárbaros habían detenido su avance en el oeste del país, comenzaron a desembarcar por
el Este y a ocupar las regiones costeras; Remontaron el Gran Río hasta alcanzar los
asentamiento de las Tribus Aliadas. La lucha se desato de nuevo: comenzó una nueva
guerra entre los Blancos Bárbaros y el Pueblo escogido.
Pero los Ugha Mongulala habían aprendido de la extinción de los incas. Evitaron el
enfrentamiento con enemigo en campo abierto. Los guerreros únicamente atacaron a los
Blancos Bárbaros en emboscadas. Asimismo abandonaron todas las ciudades y aldeas de
esta región. Nuestros enemigos sólo encontraron en sus incursiones pueblos
abandonados. Sufrieron de hambre y de sed. Vagaron en círculos por los bosques
impenetrables. Muchos de ellos cayeron víctimas de nuestra arma más terrible, un
veneno, un secreto directamente heredado de nuestros Maestros Antiguos. Con estas
nuevas tácticas mi pueblo logró mantener alejados del imperio a los Blancos Bárbaros
durante bastante tiempo. Pero entonces sucedió algo inesperado. Gran parte de las Tribus
Aliadas renunciaron a su obediencia a Akakor, traicionando el legado de los Dioses
comenzaron a adorar el signo de la cruz.
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La destrucción de las Tribus Aliadas
La Tribu de los Rostros Deformados, que se asienta en las zonas bajas del Río Negro,
inicio la rebelión de las Tribus Aliadas en las provincias orientales del imperio. Esta
nación había sido aliada de los Ugha Mongulala desde los tiempos de Lhasa. Tras la
llegada de los Blancos Bárbaros, la tribu, que ascendía a 80.000 cabezas, traicionó el
legado de los Dioses y declaro la guerra a Akakor. En unos meses, la guerra se había
extendido por todo el territorio. En la región del nacimiento del Gran Río. la Tribu de la
Gloria que Crece se rebeló. Sus guerreros atacaron las ciudades de la región del
recinto religioso de Salazere y penetraron profundamente en el interior de! imperio. La
Tribu de los Cazadores de Tapires, que inicialmente había observado a los Blancos
Bárbaros con suspicacia, traspasó las fortalezas de Mano. Samoa y Kin. Sólo unos
pocos guerreros de los Ugha Mongulala lograron escapar al baño de sangre y huyeron
a las regiones de los bosques inaccesibles situadas en las zonas bajas del Gran Río.
Con el transcurso de los siglos, sus descendientes se mezclaron con las tribus
salvajes. Únicamente han conservado como testimonio de su origen la piel blanca de
los Servidores Escogidos. Han olvidado el legado de los dioses.
Las mayores pérdidas se produjeron durante las luchas en las regiones meridionales
del imperio. La tribu de los Caminantes, que había sido aliada de Akakor, abandonó
sus antiguos asentamientos. Asesinando y saqueando, atravesó las zonas bajas del
Gran Río hasta llegar a la costa del océano oriental, tal como está escrito en la
Crónica:
Esta es la historia de la deserción de la tribu de los caminantes. Cuando tuvieron
noticias de los barbudo guerreros, se sorprendieron grandemente. ¿ Por qué no ir allí?
¿Por qué no mirar a los extraños? Y exclamaron: «Seguramente, ¡raen grandes
regalos, mayores que los de los Servidores Escogidos». Así que partieron. Llegaron
hasta el borde del océano, hasta las naves de los Blancos Bárbaros. Los barbudos
extranjeros los recibieron con amabilidad; eran inteligentes. Les regalaron finas telas y
brillantes perlas. Se las regalaron coma prueba de amistad. Y los Caminantes
codiciaron tanto estos regalos que olvidaron el legado de los Dioses. Se sometieron a
los Blancos Bárbaros. De modo que su alianza con los Servidores Escogidos había
concluido. Lhasa la había establecido; había sido sagrada. Ahora había perdido su
valor; sólo quedaban los huesos. Mas he aquí que el legado de los Dioses es más