Page 59 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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su hermano más joven Atahualpa. El vencedor y su ejército avanzaron hacia la
                  capital e iniciaron un sangriento reinado de terror. Atahualpa habría destruido a los
                  partidarios de su desgraciado hermano si los extraños no hubieran desembarcado
                  en las playas del océano occidental. Su llegada impidió su victoria definitiva.
                  Poderosas naves llegaron a la costa. Vinieron silenciosamente sobre el mar. Y
                  desembarcaron unos hombres barbudos, con potentes armas y extraños animales,
                  tan veloces y tan fuertes como el jaguar que caza. Y en sólo un día, un poderosos
                  rival se levantó contra Atahualpa.
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                  Había ganado un cruel enemigo, que era falso y estaba lleno de astucia.
                  La destrucción del imperio inca
                  Poco después de su llegada a Perú, los Blancos Bárbaros dejaron traslucir sus
                  auténticas intenciones. Deslumbrados por la riqueza y los tesoros de Cuzco,
                  iniciaron una cruel guerra de conquista. Asaltaron primero las ciudades de la costa:
                  ocuparon los campos periféricos y sometieron a las tribus aliadas de los incas. A
                  continuación los Blancos Bárbaros se prepararon para una campaña contra las
                  montañas de los Andes. En el lugar denominado Catamarca, a diez horas de
                  camino de Cuzco, se encontraron con el ejército de Atahualpa, el príncipe de los
                  Hijos del Sol.
                  Terribles son las noticias que traen los exploradores. Horrendas sus revelaciones.
                  Atahualpa tuvo que pagar cara su arrogancia. Cayó víctima de la astucia de los
                  extranjeros. Fue traicionado y capturado. Y el segundo hijo de Huayna Capác fue
                  apresado. Sus guerreros perecieron ante las armas de los Blancos Bárbaros. La
                  llanura se cubrió de sangre. En los campos donde el inca perdió la batalla, la
                  sangre cubría hasta los tobillos. Y los barbudos guerreros siguieron adelante.
                  Asesinando y saqueando, llegaron hasta Cuzco. Violaron a las mujeres. Robaron
                  el oro. Abrieron incluso las tumbas. La miseria y la desesperación cayeron sobre
                  las montañas en las que un día Atahualpa, el príncipe de los Hijos del Sol, fuera
                  poderoso.
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                  Mi pueblo supo de la auténtica crueldad de los Blancos Bárbaros por los muchos
                  refugiados incas. Los barbudos extranjeros cometieron atrocidades peores que las
                  que nunca habían cometido las tribus salvajes. Apenas doce lunas después de su
                  llegada, una profunda oscuridad se extendía sobre el imperio de los Hijos del Sol,
                  únicamente iluminado por las ciudades y aldeas que ardían. Muy pronto los Ugha
                  Mongulala se vieron obligados a admitir la terrible verdad: su nación hermana
                  estaba condenada a la desaparición. Los extranjeros poseían unas extrañas armas
                  que despedían flamígeros rayos, disponían de unos extraños animales con pies de
                  plata que, guiados por los hombres, sembraban la muerte y la perdición entre las
                  huestes de los Hijos del Sol. Ante ellos, los guerreros de Atahualpa huían
                  perseguidos por el pánico.
                  Mas ¡os incas eran una nación fuerte. A pesar de las superiores armas de los
                  extranjeros, lucharon bravamente por su país. Después de la devastadora derrota
                  en Catamarca, el ejército superviviente se reagrupó en las montañas que rodean
                  Cuzco y en la frontera del país llamado Bolivia. El cuerpo principal del ejército se
                  apostó en los pasos de las montañas que conducían a la costa. Escogidos
                  guerreros atacaron al enemigo por la espalda. De este modo impidieron el avance
                  de los Blancos Bárbaros durante bastante tiempo. Solamente cesarían en su
                  resistencia cuando los extranjeros quemaron vivo a Atahualpa en honor de su dios,
                  con lo que esta profecía de nuestros sacerdotes se había cumplido. El imperio inca
                  se derrumbó bajo una terrible tormenta de fuego.
                  ¡Ay de los Hijos del Sol! ¡Qué destino tan terrible les ha correspondido!
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