Page 54 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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necesidad, habían enviado su ayuda, tal > como está escrito en la Crónica de Akakor:
Así fue cómo los godos llegaron al imperio de las Tribus Escogidas. Y así fue cómo se
establecieron en Akakor. Ahora existían dos clanes, mas una sola mente. No hubo ni
peleas ni discordias; la paz reinaba entre ellos. No hubo ni violencia ni disputas; sus
corazones estaban apaciguados. No conocían ni la envidia ni los celos.
La alianza entre los godos y los Ugha Mongulala quedo sellada mediante un
intercambio de regalos. El consejo supremo asignó residencias y tierra firme a los
nuevos llegados. Los godos obsequiaron a mi pueblo con nuevas semillas y con
arados tirados por animales. Nos enseñaron otras formas de cultivar el suelo y
mostraron a los artesanos cómo construir mejores telares. Pero su mayor regalo
consistió en el secreto de la producción de un duro metal negruzco desconocido hasta
entonces por mi pueblo y llamado hierro por los Blancos Bar
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baros. Hasta la llegada de los godos, únicamente laborábamos el oro, la plata y el
bronce. El oro y la plata procedían de la región de la destruida ciudad religiosa de
Tiahuanaco. Obreros escogidos arrastraban las piezas a través de los ríos en los
cuales se hallaban las piedras que poseían el oro y la plata. El bronce era preparado
por los sacerdotes en grandes carboneras orientadas hacia el Este. Pero su calor no
era suficiente para derretir el pardo mineral de hierro. Ahora los godos construyeron
hornos de piedra. Unos agujeros regularmente repartidos aseguraban la ventilación y
un calor mayor. Bajo la vigilancia de los nuevos aliados, los artesanos iniciaron la fa-
bricación de largos cuchillos y de afiladas puntas para las lanzas, que eran superiores
a las armas de las otras tribus. Prepararon armaduras de hierro para los señores de la
guerra y para los Jefes-Diezmil-Hombres. Durante mil años, nuestros guerreros
acudieron a la guerra con estas armas. Luego llegaron los Blancos Bárbaros con sus
armas de fuego, y contra las cuales ni siquiera la armadura constituía protección al-
guna.
La armadura de hierro, las negras velas y las coloreadas cabezas de dragón de las
naves de los godos han sido conservadas hasta nuestros días, y las hemos guardado
en el Gran Templo del Sol. Según los dibujos de nuestros sacerdotes, las naves
podían llevar hasta sesenta hombres y estaban impulsadas por una vela de fina tela
que iba engarzada a un alto mástil. Más de 1.000 guerreros llegaron a Akakor en estas
naves. Éstos restablecieron el desintegrado imperio y lo convirtieron en fuerte y
poderoso, tal y como está escrito en la crónica, con buenas palabras, con lenguaje
claro:
A sí aumentó la grandeza y el poder de los Servidores Escogidos. Creció la fama de
sus hijos y la gloria de sus
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guerreros. Aliados con los guerreros de hierro, derrotaron a sus enemigos.
Construyeron un poderoso imperio. Gobernaron sobre muchas tierras. Su poder
llegó hasta las cuatro esquinas del mundo.
La campaña en el Norte
A pesar de su derrota en la montaña que vomitaba fuego, los godos seguían
siendo una nación de guerreros. Poco tiempo después de su llegada, comenzaron
a apoyar a los Ugha Mongulala en su lucha contra las tribus rebeldes. Con sus
nuevas armas de hierro empujaron a la Tribu de la Gran Voz a la estéril
inmensidad de las lianas en las zonas bajas del Gran Río. Sometieron a la Tribu de
la Gloria que Crece y a la Tribu Donde la Lluvia Cae, que habían cesado de pagar
el tributo y destruido innumerables tribus salvajes. A comienzos de la séptima
centuria, según el calendario de los Blancos Bárbaros, los guerreros de los Ugha
Mongulala habían avanzado una vez más hasta las zonas bajas del Gran Río. El
antiguo imperio de Lhasa parecía resurgir del pasado.
Así fue como comenzó la Gran Guerra. Los ejércitos de los Servidores Escogidos
avanzaron. Atacaron a la Tribu de la Gran Voz y acallaron su arrogancia. Los