Page 61 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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subterráneos de la Montaña de la Luna quedaron sin tocar. Porque nadie que no
comprenda los signos del pasado puede revelar el secreto de Lhasa, el Hijo
Elegido de los Dioses.
Y así fue cómo el sumo sacerdote clausuró la ciudad su grada. Ocultó el secreto
del Hijo Elegido de los Dioses, del creador y formador, así que gobernó sobre los
cuatro vientos, sobre las cuatro esquinas de la Tierra y sobre la superficie del cielo.
Y ocultó el secreto con estas palabras: «Permanecerás en las sombras de tu
sombra mientras la mirada de los Dioses esté ausente y la Tierra esté oscurecida
por la noche. Luego la sombra de tus sombras te indicará el camino. Te indicará la
dirección desde el corazón del cielo hasta el corazón de la Tierra».
Durante largo tiempo pareció como si los Dioses fuesen a perdonar a los Ugha
Mongulala del destino de su nación hermana, y Akakor permaneció ajena a los
Blancos Bárbaros. Aunque éstos avanzaron en sus campañas hasta la región del
nacimiento del Río Rojo, nunca traspasaron los bosques de las laderas orientales
de las montañas. Sus guerreros morían de las extrañas enfermedades del Gran
Bosque o caían bajo las flechas envenenadas de las Tribus Aliadas. Un único
grupo llegó hasta los alrededores de la capital de mi pueblo. En el monte Akai, a
tres horas de camino de Akakor, se libró una memorable batalla, y que ha quedado
descrita en la crónica para la posteridad.
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Fue en el monte Akai donde los guerreros se encontraron: los Blancos Bárbaros
con sus terribles armas y los guerreros de hierro de los Servidores Escogidos.
Durante un tiempo, la batalla estuvo indecisa. Los ejércitos peleaban con dureza.
Entonces los Servidores Escogidos se atrevieron a atacar. Avanzaron hasta el
corazón de sus enemigos. Cegaron sus ojos con antorchas; trabaron sus pies con
lazos; golpearon sus cabezas con piedras hasta que la sangre afluyó por la boca y
por la nariz. Y los Blancos Bárbaros huyeron de pánico, abandonando todo detrás
de sí, sus armas y sus armaduras, sus animales y sus esclavos. Lo único que
querían era salvar sus vidas, y ni eso pudieron lograr. Apenas alguno pudo huir, y
muchos de ellos fueron llevados cautivos a Akakor.
Los cautivos fueron los primeros Blancos Bárbaros en Akakor. Los Ugha
Mongulala. los observaban con horror y con reverencia. Únicamente los
sacerdotes los trataron con desprecio. Como un signo de su humillación, arrojaron
polvo de la tierra sobre los falsos creyentes. Luego el consejo supremo envió a los
Blancos Bárbaros como esclavos a las minas de oro y de plata. Expiarían sus
crímenes hasta el final de sus días, tal y como está escrito en la crónica:
Estas son las noticias. Así fue cómo habló el sumo sacerdote a los Blancos
Bárbaros: «¿Quién os ha autorizado para gobernar sobre la vida y sobre la
muerte? ¿Quiénes sois que os permitís despreciar el legado de los Dioses? ¿De
dónde procedéis que os permitís traer la guerra a nuestro país? Verdaderamente,
vuestros actos son mal vados. Habéis derramado la sangre. Habéis cazado a los
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hombres. Habéis destruido las tribus de los Hijos del Sol y habéis esparcido su
sangre por las montañas». Éstas fueron las palabras del sumo sacerdote. Fueron
terribles. Mas los corazones de los Blancos Bárbaros no se conmovieron. Les
costó llegar a comprender su destino, porque les esperaba la cautividad eterna.
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2 La guerra en el Este
1534 - 1691
Siguiendo los pasos de los descubrimientos de los navegantes españoles y portugueses,
la civilización europea inició su expansión en el Nuevo Mundo. Las potencias marítimas de
España y Portugal (a las que más tarde se unirían Inglaterra y los Países Bajos) se