Page 60 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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Traicionaron el legado de los Dioses v ahora ellos mismos han sido traicionados.
                  Han sido cas-
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                  ligados. Han sido sangrientamente abatidos por los Blancos Bárbaros. Porque los
                  extranjeros no conocían la misericordia. No perdonaron ni a las mujeres ni a los
                  niños. Se comportaban como bestias salvajes, como hormigas, destruyéndolo todo
                  a su paso. Había comenzado la era de la sangre para los Hijos del Sol. Toda una
                  nación estaba expiando los pecados de Viracocha. Los Días del Perro comenzaron
                  cuando el Sol y la Luna fueron oscurecidos por la sangre.
                  La retirada de los Ugha Mongulala
                  A los cinco años de la llegada de los Blancos Bárbaros, el imperio inca parecíase al de
                  Akakor después de la primera Gran Catástrofe. Su capital yacía en ruinas. Aldeas y
                  poblados habían sido incendiados. Los supervivientes se habían retirado al interior de
                  las altas montañas o servían como esclavos a los Blancos Bárbaros. El signo de la
                  cruz, que es idéntico al signo de la muerte, podía verse por doquier. Hasta ese
                  momento, los Ugha Mongulala habían sido testigos distantes de la tragedia. Los
                  Blancos Bárbaros estaban dedicados de lleno al saqueo de la riqueza de los incas.
                  Sus guerreros temían a la densa inmensidad de las lianas en las laderas orientales de
                  los Andes, y únicamente los incas que huían cruzaron la frontera fortificada que Lhasa
                  había ordenado construir.
                  En el año 12.034 la guerra se extendió a Akakor. Los españoles, así es como los
                  Blancos Bárbaros se llamaban a sí mismos, tuvieron noticias de nuestra capital por
                  una traición. Y como su codicia por el oro era insaciable, prepararon un ejército. Tras
                  una dura lucha con la Tribu del Terror Demo-
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                  níaco, el ejército avanzó por el flanco oriental de los Andes hacia la región de
                  Machu Picchu. El consejo supremo se vio obligado a adoptar una decisión de la
                  más trascendental importancia: la guerra contra los Blancos Bárbaros o la retirada
                  hacia las regiones más interiores de Akakor. El príncipe Umo y los ancianos se
                  decidieron por la retirada, aunque los señores de la guerra y los guerreros
                  aconsejaron en contra. Ordenaron que las ciudades fronterizas fueran
                  abandonadas y que todo signo de la capital fuera destruido. Únicamente habrían
                  de quedar en las regiones abandonadas pequeños contingentes de exploradores
                  para observar los movimientos de los guerreros hostiles y prevenir a Akakor de un
                  ataque. Ésta fue la decisión de Umo. Y así se hizo.
                  Los acontecimientos que siguieron demostraron la justeza de la decisión del
                  príncipe Umo. Su decisión salvó a los Ugha Mongulala de una guerra que nunca
                  podían haber ganado. Pero al mismo tiempo condenó a los incas a su extinción
                  definitiva. El consejo supremo rechazó la petición de ayuda de los generales incas
                  y se preparó para un difícil conflicto defensivo. Si tenia que haber guerra, ésta se
                  desarrollaría allí donde las barreras naturales obstaculizarían a los Blancos
                  Bárbaros: en los valles elevados de los Andes y en la inmensidad de las lianas
                  sobre el Gran Río. Los guerreros obedecieron las instrucciones del consejo
                  supremo, y se retiraron de las regiones amenazadas. Con los corazones contritos,
                  incluso tuvieron que abandonar Machu Picchu, la ciudad sagrada de Lhasa. Largas
                  columnas de porteadores trasladaron todos los objetos, las joyas, las ofrendas
                  sacrificiales y las provisiones hasta Akakor. A continuación los guerreros arrasaron
                  las casas y las murallas y a su retirada destruyeron los caminos. Los sacerdotes
                  destruyeron los templos. Los artesanos bloquearon las entradas con pesadas
                  piedras. Con tanta minuciosidad cumplieron
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                  las órdenes de los ancianos que aún hoy los Ugha Mongulala únicamente pueden
                  localizar Machu Picchu con la ayuda de mapas y de dibujos. Sólo los pasadizos
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