Page 82 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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Akakor. En conjunto, el viaje de los soldados alemanes duraba unas cinco lunas.
                  Así fue cómo los soldados alemanes ¡legaron a Akakor. Y así fue cómo se
                  establecieron. Llegaron con el corazón abierto. Trajeron presentes y mil y una
                  poderosas armas para luchar contra los Blancos Bárbaros. Y así fue cómo habló el
                  consejo supremo: «Este es el comienzo del renacimiento del imperio. Ya no
                  necesitan los Servidores Escogidos seguir huyendo. Los guerreros regresan con
                  honor a la lucha. Ellos vengarán los crímenes de los Blancos Bárbaros. Porque
                  éstos son servidores de los búhos y codician la guerra; son mentirosos y blas-
                  femos. Sus corazones son falsos, blancos y negros al
                  mismo tiempo. Pero el legado de los Dioses será cumplido. Les espera la muerte».
                  La llegada de los soldados alemanes a Akakor dio origen a un período de intensa
                  actividad. Los nuevos aliados entrenaron a 1.000 guerreros de los Ugha Mongulala
                  en el uso de las nuevas armas, para las cuales ni siquiera hoy contamos con
                  nombres. En el idioma de nuestros aliados se llaman rifles. pistolas automáticas,
                  revólveres, granadas de mano, cuchillos de doble filo, botes inflables, tiendas,
                  máscaras de gas, telescopios, y otras misteriosas herramientas de guerra.
                  Escogidos guerreros iban trayendo noticias sobre la inminente guerra. Los
                  cazadores almacenaron grandes provisiones de carne. Las mujeres tejieron e
                  hicieron botas para los hombres. Bajo la instrucción de los soldados alemanes,
                  prepararon también unos grandes saquitos de cuero, que eran rellenados con un
                  liquido pardusco fácilmente inflamable que procedía de unas fuentes secretas en
                  las montañas sólo conocidas por los sacerdotes. En caso de un ataque por
                  sorpresa del enemigo, los guerreros verterían este líquido en los ríos y le
                  prenderían fuego. Una simple antorcha sería suficiente para convertir los ríos en
                  un gigantesco mar de llamas. Mientras estos preparativos para la guerra tenían
                  lugar en Akakor, en la frontera oriental del imperio, sobre las zonas altas del Río
                  Rojo y del Río Negro, se concentró un ejército de 12.000 guerreros bajo el mando
                  de los soldados alemanes. Los hombres esperaban el signo acordado para el
                  ataque. Querían librar una guerra justa y que sólo podría terminar con la victoria.
                  Ahora hablaremos de Akakor, de los festivales en el Gran Templo del Sol, y de las
                  oraciones de los sacerdotes. Alzaron sus rostros hacia el cielo; imploraron a
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                  los Dioses en solicitud de ayuda. Este era el grito  (/ t, sus corazones: «Oh ¡u:
                  maravillosa, corazón del cielo corazón de la Tierra, donante de abundancia.
                  Concédenos tu fuerza, danos tu poder. Permite que nuestros guerreros alcancen
                  ¡a victoria en los caminos y en los senderos, en los barrancos y en las aguas, en
                  los bosques y en la inmensidad de las lianas».
                  La guerra nunca tuvo lugar. Precisamente cuando los din gentes alemanes
                  pensaban que la victoria sería suya, fueron derrotados. El último grupo de
                  soldados alemanes, que venia acompañado de mujeres y de niños, informó sobre
                  la derrota absoluta de su pueblo. Las superiores fuerzas del enemigo habían
                  destruido su país y traído la desolación a la Tierra. Única mente la fuga precipitada
                  les había permitido salvarse de la cautividad. A partir de este momento ya no
                  podría esperarse ayuda alguna desde Alemania.
                  La llegada de los últimos soldados alemanes provocó la desilusión y la
                  desesperación en mi pueblo. Dado que su aliado ya no podría desembarcar en la
                  costa oriental de Brasil, la guerra contra los Blancos Bárbaros tornábase imposible.
                  La esperanza en el renacimiento del imperio se desvaneció. El consejo supremo
                  ordenó que los guerreros regresaran a casa. Junto con los otros miembros de los
                  Ugha Mongulala. deliberaron sobre el destino de los soldados alemanes, cuya pre-
                  sencia en la capital estaba relacionada con problemas casi insolubles. Éstos
                  pertenecían a un pueblo extranjero ajeno al legado de los Dioses, vivían según
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